Manuel Velandia Mora
19.05.2001
Me he encontrado con un chico muy joven, menor de edad, que desea relacionarse genitalmente con un hombre homosexual mayor de edad, tierno, cariñoso, con o sin pareja, quien quiera pasarla bien y que no desee ningún compromiso sino el puro “goce”. Por supuesto al comentar esta idea surgieron varios colaboradores dispuestos a dar esta ayuda. Frente a alguien que parece ser virgen, el mito heterosexual de la desvirgada se traslada por arte de magia a los deseos inconfesables de los homosexuales.
Cuando se habla de virginidad siempre está de por medio el himen y una mujer. Poco se contempla la posibilidad de ser desflorado analmente y menos como una probabilidad de los imaginarios sexuales en una relación hombre-hombre.
Al preguntarles a algunos amigos sobre sus recuerdos al respecto, ninguno olvida ese “emocionante momento” y el “príncipe azul” que lo sacó de ser un simple “doncel” a ser un tipo “experimentado. Lo que todos tiene bien claro es que casi nunca están de por medio las sábanas de satín, los pétalos de flores regados sobre la cama, la música ambiental y el escenario en penumbra.
El príncipe suele ser un sapo que por más que se le bese sigue siendo feo, huele a borracho y es un ordinario que no recuerda que las primeras veces no solo duele el culo sino que además también se afectan ciertos contactos físico-químicos en el cerebro. Los que unen aquellas neuronas en las cuales la castro-educación judeocristiana dejó impreso el mensaje de que la homosexualidad es algo “incorrecto”.
Son pocos los que llegan a su primer contacto por amor. Generalmente se encontraron con un primo (casi siempre mayor) que los “incitó, otros lo hicieron con el tío, un compañero de colegio, un desconocido que los emborrachó y luego les endulzó el oído e inclusive el “peluquero de la esquina” que les pagaba por dejárselo mamar que terminó ofreciendo más dinero por algo que mutuamente deseaban y que como resultado los convirtió en unas putas o más correctamente en trabajadores sexuales.
Muchos jóvenes continúan por un buen tiempo en esto del puteo. Lo dan por una ida al cine, por una camiseta, un pantalón de moda, unos zapatos deportivos y a la larga lo terminan “dando” por amor. Por supuesto al hacer la reflexión pocos consideran que lo suyo es un trabajo sexual, incluso algunos consideran que la belleza y la juventud es algo que tiene un precio que debe pagarse. Estos mismos librepensadores terminan siendo viejos verdes, que se sienten incapaces de encontrar alguien quien los ame y entonces consideran que su única alternativa es tener que pagar.
Será que seguiremos en esta cadena de jóvenes “trabajadores sexuales” y “viejos verdes”? O alguna vez encontraremos hombres maduros dispuestos a relacionarse con ternura, respeto y solidaridad, y chicos dispuestos a hacerlo sin pensar que la juventud es un cheque al portador que se hace canjeable en cualquier ventanilla.
martes, 11 de diciembre de 2007
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