Manuel Velandia Mora.
Julio de 2003
Al interior del proyecto colombiano Planeta Paz, el sector homosexual, lésbico, bisexual y transgénero, en su discusión sobre cómo lograr la paz, se preguntó por qué el cuerpo no se explica, se vivencia y se emociona como un territorio para alcanzarla? En su respuesta encontró que tradicionalmente el cuerpo se ha comprendido como un hecho biológico, se ha entendido como un espacio en el que se experiencia la violencia en todos los ámbitos de la vida cotidiana; más aún, para aquellas personas quienes en medio del conflicto en el que vive el país por razones de su actividad sindical, su etnia, su orientación sexual, su condición de género su cuerpo se ve convertido en punto focal de agresión, estigma, discriminación, exclusión social, desplazamiento forzado e incluso de la violencia hasta el extremo de la muerte.
¿Cómo hacer del cuerpo un territorio de paz?
El primer paso sería “darse cuenta” que tenemos un cuerpo. En general sabemos que el cuerpo está ahí, pero no hay una autoconciencia de ello. Nuestro cuerpo, guiado por el cerebro, experiencia el mundo externo y en sí mismo tiene la posibilidad de evidenciarse, pero dicha evidencia no se hace evidente hasta cuando pensamos en ello. Por ejemplo, tenemos los sentidos, respiramos, tocamos cosas, olemos aromas, oímos sonidos e incluso comemos sin darnos cuenta que lo estamos haciendo.
Darse cuenta del cuerpo, de lo que experienciamos en él, implica hacer autoconciencia de los diferentes procesos de los que somos sujetos. Es evidente que el cuerpo es Biológico, pero no logramos darnos cuenta que el cuerpo cambia con la cultura, en el tiempo y en el espacio; que se transforma en el proceso de socialización. Los cuerpos rollizos de las mujeres del siglo 18 son muy diferentes a los que la cultura ha trazado como el patrón ideal e nuestro tiempo: mujeres famélicas, medidas imposibles, cuerpos transformados incluso en su anatomía por el uso de tacones, brassieres, dietas, cirugías plásticas, ejercicio, exposiciones al sol. Somos, más que personas, reconocidos como cuerpos productivos, objetos sexuales, espacios para la agresión.
Sin embargo, darse cuenta es tan solo el comienzo. Hacer de mi cuerpo un eje importante de mi vida implica, en segunda instancia, “reconocer” que todo lo que sucede en mi cuerpo y acontece en el de los demás nos afecta a todos. En la medida que somos seres sociales lo que afecta a alguien, como sistema, afecta a todos aquellos y aquellas con quienes estamos interafectados, interrelacionados y con quienes somos interdependientes.
Cuando logramos darnos cuenta suelen preocuparnos las imágenes de quien han sido víctimas de la violencia terrorista, pero no logramos reconocer que al discriminar a quienes no se asumen en el “deber ser” sino se experiencian en su “querer ser”, estamos vulnerando en razón de que no evidenciamos nuestro propio temor a lo diferente. La exclusión tiene un problema aún mucho más profundo; al marginar, muchas veces, la persona relegada ni siquiera conoce de esta actitud, siendo el/la discriminador(a) quien sufre el daño permanente al transformar su propia emocionalidad. Cuando la vida se experiencia en la emoción del odio las otras personas nos son seres extraños. Al reconocer-me a mí mismo en la emoción del amor logro entender que los otros y las otras son tan importantes como yo lo soy.
Darse cuenta y centrarse es el camino para “hacerse cargo” de lo que ha determinado como importante para la propia vida posibilita aprender haciendo de nuestro propio cuerpo un territorio de paz.
¿Cómo hacerse cargo?
Reconocer que la dinámica social depende de la cultura y las relaciones sociales, que lo a una persona hace o deja de hacer no solo le afecta a sí misma, sino también le afecta a las demás. Comprender que nuestros pensamientos y experiencias en la vida cotidianidad suceden en contexto, en un tiempo, espacios y culturas determinados. Reconocer que todos los seres humanos escuchamos desde lugares distintos y que este es un elemento fundamental cuando queremos convivir solidaria y democráticamente. Reconocer que desde el lenguaje construimos el mundo que vivimos y que queremos vivir.
Evidenciar que son nuestras emociones las que definen las acciones que realizamos en la vida cotidiana y que más que seres lógicos somos seres emocionales, Implica hacerse cargo de que marginar, estigmatizar, amenazar, obligar al desplazamiento, asesinar no es un planteamiento racional sino una experiencia en la que la emoción que me genera lo distinto me lleva a incapacitarme para entender la posibilidad de la diferencia y por tanto de la unicidad de cada ser.
En Colombia, Lesbianas, Gay, Transgéneros y Bisexuales son tratados y tratadas como ciudadanos de segunda clase. En razón de evidenciar su ciudadanía y como sujetos con iguales condiciones a los y las heterosexuales, un amplio grupo de estas minorías sexuales decidieron hacer de junio un mes para comunicar a la comunidad que es posible construir la paz y la convivencia democrática y solidaria desde el propio cuerpo. En Bogotá, Cali, Medellín, Barranquilla, Pasto y con motivo del día gay internacional realizaron ciclos de cines, conferencias, taller y carnavales como el que se tomó las calles de Bogotá el pasado domingo 29 de junio.
Manuel Antonio Velandia Mora. Fundador del Movimiento Homosexual Colombiano y miembro del sector LGTB de Planeta Paz.
Julio de 2003. Bogotá. Colombia.
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