Manuel Velandia Mora
Oficina de Prensa
10.2004
Me propongo exponer en este texto cómo en Bogotá, una serie de recientes acontecimientos han puesto en evidencia lo difícil que es la convivencia ciudadana y algunas respuestas que podrían apoyar el desarrollo de Proyectos de Convivencia Solidaria y Democrática en la ciudad. Los resultados de la investigación sobre el tema, realizada en Abril de 2001 el Instituto Distrital de Cultura y Turismo de la Alcaldía Mayor de Bogotá, D.C., en el desarrollo de las actividades de la Comisión de Cultura Ciudadana en su Observatorio de Cultura Urbana y como parte del Plan de desarrollo 2001 - 2004 "Bogotá para vivir todos del mismo lado" señala que la ciudadanía capitalina enfatiza sobre todo en el respeto y la solidaridad con los vecinos, como los comportamientos más importantes para la convivencia.
Al indagar a los ciudadanos entrevistados sobre el grado de aceptación frente a las diferentes personas con las que pueden cohabitar en una misma área, según los resultados obtenidos en la citada Investigación, se observan actitudes fuertes de intolerancia, especialmente frente a paramilitares, guerrilleros, alcohólicos, narcotraficantes, corruptos, indigentes, personas con antecedentes penales, drogadictos, homosexuales, prostitutas y personas afectadas por sida.
Los resultados demuestran cómo en el terreno de la convivencia se constata de nuevo la gran distancia que existe entre la valoración positiva del propio comportamiento, y la valoración negativa, y en algunos casos peyorativa, sexista y discriminatoria del comportamiento de los demás. Las personas no logran distinguir las diferencias existentes entre los distintos grupos. En un mismo nivel se colocan tanto personas que abiertamente se encuentran al margen de la ley, como las que han decidido asumir conductas en las que se ve implicada su salud física y mental, asumen una determinada orientación sexual o con una forma de producción considerada denigrante.
En efecto, es entendible que no queramos como vecinos a personas que se encuentran por fuera de la ley, es más, es nuestro deber hacer las denuncias pertinentes para que la autoridad competente establezca la responsabilidad. Se hace necesario comprender que personas afectadas por una enfermedad o que han asumido una determinada orientación sexual se hallan en una esfera totalmente diferente. Sida y homosexualidad no son conductas fuera de la ley. Teniendo en cuenta que el virus del sida no se transmite de manera casual y que es una enfermedad controlable, si tienen un manejo apropiado, en poco o nada nos afecta que el vecino esté afectado por él, así consideremos que dicha persona es “culpable” de haberlo adquirido. Con respecto a la homosexualidad, el mismo desconocimiento en torno a las sexualidades crea condiciones para estigmatizar y discriminar.
Si partimos de entender la cultura ciudadana como un mecanismo de autorregulación individual y regulación social, que exige por parte de los ciudadanos una cierta armonía entre el respeto a la ley, las propias convicciones morales y las tradiciones y convenciones culturales, entonces, se hace necesario posibilitar saberes, experiencias y emociones que nos permitan reconocernos a nosotros mismos, en nuestra verdadera identidad, y entender al otro como un legítimo otro.
Una pregunta que nos ayudaría a resolver el problema es conocer dónde se origina la visión asimétrica que los ciudadanos tienen de los derechos propios y ajenos. Culturalmente se han establecido unas “normas” que han determinado el “Deber Ser” de los comportamientos de las personas en una sociedad en particular; los miembros de esa cultura y sociedad esperan que los conciudadanos vivan su existencia bajo estos parámetros. Por otra parte, cada persona asume para sí una manera particular de contemplar el mundo, de explicárselo, de experienciarlo, un “querer ser”, y considera que su manera de ser es la correcta, la apropiada, y además que los otros y otras deberían asumir la suya como el modelo del “deber ser”.
No puede negarse que en ese “deber ser” particular hay una marcada influencia del pensamiento dominante en la cultura e ideología de la que hacemos parte, es decir del “Deber Ser”. Si vivimos en una sociedad machista, sexista, homofóbica, en una cultura marcadamente judeocristiana, entonces asumimos esas actitudes como “Deber Ser”, y esperamos que el mundo y las personas se asuman en esas mismas condiciones y prerrogativas.
Esto por supuesto nos genera una gran contradicción entre el “Deber Ser” socializado y el “deber ser” particular. Contradicción que no logramos comprender porque para cada uno, generalmente, tampoco es claro que su vivencia particular del “querer ser” rompe con los patrones del modelo social.
A cada uno de nosotros le parece extraña la manera como los demás viven, verbigracia, su genitalidad. Consideramos que hay una cantidad apropiada de parejas o de relaciones genitales por semana, por día; una manera correcta de hacerlo que determinan quien se coloca arriba o bajo, quien gime, cuando y en qué tono debe hacerlo, algunos nos han dicho que tan solo es posible para la procreación, o que si la mujer disfruta demasiado entonces se le puede señalar de ninfómana... y olvidamos que si cada uno es único entonces su manera de obtener placer es diferente a la mía, que sus gustos, deseos, necesidades, emociones, explicaciones frente a su sexualidad le son tan propias como me son las mías.
Compararse con otros es un acto inútil. Cada ser humano es único. No hay nadie como él o ella, no hay nadie como yo. Nunca ha habido ni habrá otra persona como yo. Soy tan único que soy irrepetible. No puedo ni siquiera repetirme a mi mismo. Repetir-se es imposible ya que cada hecho de nuestra existencia se sucede en un tiempo, en un espacio, con unas personas, y cuando intento re-hacerlo el tiempo es otro, el espacio que consideramos el mismo no lo es, porque las emociones que se suscitan en el encuentro con el otro no son permanentes sino fruto del momento y por tanto de lo que nos está sucediendo.
Como seres dinámicos que somos, no solo cambia nuestro cuerpo, también cambian nuestras emociones y saberes. Todo hecho en el que participamos genera experiencias únicas y por tanto diferentes. A partir de ello reconstruimos nuestra historia. Nuestra evolución, igualmente es permanente. Evolucionamos a partir de cómo concebimos nuestro futuro. El futuro empieza hoy, ahora mismo. En la medida en que yo concibo algo para mi, empiezo a actuar desde esa posibilidad y eso cambia mi presente. Mi presente es el futuro que estoy construyendo. Pensarme en la convivencia solidaria y democrática genera en mi empezar a hacerlo ahora mismo.
Para mejorar la convivencia se hace necesario recalcar la importancia de considerar y asumir el lenguaje como generador de mundos, y de evidenciar la necesidad de comprender y experienciar la vida cotidiana como un espacio para la educación, ya que la socialización es aprehensión de la cultura. A todo ello se adiciona, de manera substancial, comprender que para entender las acciones humanas por ende se debe mirar el acto propio y del otro no como una operación particular sino como la emoción que lo posibilita, por tanto mirar las emociones como componente cultural.
Solemos pensar en la paz con referencia a la guerra, pero la paz se vivencia en todos los aspectos relacionales cotidianos, y mientras el conciudadano vecino me sea indiferente, yo no lo acepte y respete porque en su fuero interno ha decidido asumir una conducta determinada, la cual yo considero inapropiada, se hace imposible construir la paz como un estado de ánimo permanente en nuestra existencia. De nada serviría resolver los conflictos armados si en mi propio barrio, escuela, iglesia o casa yo continúo con la guerra al seguir siendo intolerante, irrespetuoso y vulnerador de los derechos fundamentales.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario