jueves, 20 de diciembre de 2007

Taller Género, masculinidad y salud: Una visión desde los sistemas, las emociones y el lenguaje

Manuel Velandia Mora
Colombia
Taller sobre Género en: Foro 2003. II FORO EN VIH/SIDA/ITS en América Latina y el Caribe. Conocimiento, experiencia y alianza: Estrategia para el futuro.
Palacio de las Convenciones de La Habana, Cuba.
7-12 de Abril del 2003.

La ideología con respecto a lo que significa la masculinidad es el mayor obstáculo para que los hombres asuman un papel mucho más activo en el cuidado de su salud y en la promoción de servicios hacia las mujeres y ellos mismos, en especial hacia aquéllos cuyas identidades de género, sexo u orientación sexual parecen romper con el “deber ser” socializado de lo que se espera del hombre macho, masculino, falocrático y heterosexual; a pesar de ello, son precisamente algunos de estos hombres transgresores quienes han venido vivenciando de manera diferente las relaciones de poder y realizando los estudios sobre la masculinidad, y como resultado demostrando que la masculinidad y las relaciones pueden experienciarse, emocionarse y explicarse de manera distinta

De acuerdo con Peter Piot, Director Ejecutivo del Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/SIDA (ONUSIDA), "Para contener el impulso de la propagación del VIH se necesitan cambios importantes en las relaciones entre el varón y la mujer” ya que, “las desigualdades entre los sexos son una fuerza impulsora fundamental de la epidemia de SIDA y por consiguiente deben abordarse como un elemento central en la respuesta a la epidemia”, entonces se hace necesario, “estimular al varón y la mujer para que analicen sus propias percepciones de los papeles sexuales y reconozcan los posibles aspectos opresivos de los estereotipos de la masculinidad y la feminidad”.

Los movimientos en pro de la salud de las mujeres surgieron entre 1960 y 1970, y a partir de 1980, el tema de género fue adquiriendo una importancia creciente; sin embargo, una característica común fue que la investigación y la teoría se centraban casi exclusivamente en hacer visibles a las mujeres, sobre todo en lo que concierne a sus derechos sexuales y reproductivos.

Los primeros “estudios en hombres” defendían la idea de que la asunción de la masculinidad tradicional suponía a menudo un incremento de los riesgos para la salud física y un empobrecimiento de las vidas emocionales de los hombres (Feigen-Fasteau 1974; Farrell 1975; Brannon 1976). A mediados de los 80 se enfatizó en el sistema sexo-género como una manera de entender la sexualidad. A partir de los años 90 aparecieron análisis feministas críticos del hombre, la masculinidad y la salud (Sabo y Gordon 1995). Estos pensadores, a la vez que desarrollan una crítica de la estrecha visión de la teoría de los papeles sexuales, se centraron en la identidad de género, la socialización y la conformidad con las expectativas preestablecidas, enfatizando en que son las diferencias de poder las que configuran las relaciones entre los(as) humanos.

¿Puede entenderse la sexualidad de una manera diferente a la establecida por el sistema sexo-genero?
Para dar respuestas con respecto a cómo debe entenderse la sexualidad se hace necesario comprender inicialmente qué se entiende por sexo y posteriormente por género.

Dependiendo desde dónde se le explique, el sexo puede ser entendido primero, como definición biológica; segundo, como definición psicosocial; o tercero como una definición en continuo que imbrica y trasciende a las dos anteriores.

Primero. Si sexo es una definición binaria eminentemente biológica, entonces, sexo hace referencia a lo que somos genotípica y fenotípicamente como hembras o machos de la especie, es decir a los rasgos primarios y secundarios que nos caracterizan y diferencian tales como el sexo gonadal, hormonal, el sistema genital externo e interno, la estructura cerebral, la morfología corporal, la estructura ósea, la distribución de las grasas en el cuerpo y la distribución del vello púbico, entre otras. La definición biológica del ser humano concibe la normalidad sexual como inherente y exclusiva del coito vaginal con fines reproductivos[2] y que cualquier posibilidad erótica pene-vagina debe considerarse perversa o patológica siguiendo la tradición judeocristiana[3] de la “medicalización del pecado[4]” que se ha orientado ideológicamente a sustentar que fuera de estas dicotomías y de la práctica con fines procreativos no hay salvación (Useche, 2002).

Segundo. Si por el contrario sexo es entendido como definición psicosocial, a la definición de macho y hembra debe sumarse la identidad de género comprendida como la única posibilidad de percepción que tiene cada persona de ser hombre o mujer; y el rol de género, en consecuencia, es la expresión de masculinidad en el hombre o de feminidad en la mujer a partir de lo que la sociedad determina como el “deber ser” con que cada individuo debe identificarse y actuar socialmente.

Tercero. Si sexo es entendido como una definición en continuo, entonces, el concepto imbrica lo biológico a la dimensión psicológica y social de la sexualidad en lo que se concibe bajo la denominación de género.

No sólo existen el macho y la hembra; en la especie se presentan igualmente “estados intersexuales que pueden presentarse en el proceso de la diferenciación somatosexual durante el desarrollo prenatal, variaciones que a su vez tienen una expresión particular en los sexos genotípico y fenotípico (Useche, 2002). Los sexos comparten un cromosoma X, y “hormonas ´masculinas´ y ´femeninas´ y hasta un cerebro que hoy sabemos es bisexual y posee diferentes estructuras y regiones cuya masculinización o feminización independientemente ocurre no sólo en la vida embrionaria y fetal sino a lo largo de todo el ciclo vital” (Woodson y Gorsky, 2000).

En este caso ya no sólo se habla de hombre y mujer, pensando al primero como masculino y a la segunda como femenina, sino que se entiende que existe una gama de variaciones sexuales y que cada persona tiene una identidad particular de sexo y tantas identidades sociales sobre su sexo como sujetos en la sociedad le identifican.

¿A qué se hace referencia al decir que cada persona tiene una identidad?
Nuestro sexo, nuestro cuerpo, nuestros genitales externos e internos existen a pesar de nosotros(as) mismos(as)[5], incluso desde antes de nacer la sociedad nos está construyendo una identidad social de sexo, que muchas veces dista de la manera particular como cada un@ se concibe a sí mism@; es decir, que la identidad de sexo es tanto particular, la que tenemos de nosotros(as) mismos(as), como social, la que los(as) demás tienen de nosotros(as).

Al hacer referencia al género solemos relacionar los comportamientos de las personas con su sexo, y por consiguiente se está haciendo mención a una serie de condicionamientos sociales para el actuar en el intercambio social de hombres y mujeres. La sociedad no concibe aún un comportamientos para los intersexuales y por tanto no evidencia la presencia de personas andróginas ni menos aún de personas transgénero.

Sin embargo, la sociedad desde su tradición biopsicosocial y cultural no sólo nos identifica en el sexo, sino que además nos identifica con un género que considera el propio o el “deber ser” de cada sexo (identidad social de genero), imaginario social para los comportamientos propios del hombre y la mujer, al de él se le denomina lo masculino, y al de ella lo femenino; y con un actuar, igualmente propio y “deber ser” de cada género (identidad social de rol de género). A pesar de ello cada individuo de identifica en un género y en un rol construyendo así una identidad particular.

Sumado a las ideas expuestas en el párrafo anterior, debe entenderse que cada persona realiza para sí una construcción de identidad de género y de rol de género en la que transgrede la tradición del “deber ser” a partir de lo que para sí mism@, en su imaginario prospectivo, “quiere ser”, sin que por ello niegue totalmente dicho “deber ser”, sino que acepta del estereotipo lo que para sí asume como parte de lo que “quiere ser“. En la práctica de su experiencia de la cotidianidad la persona no experiencia ni “el deber ser” ni el “querer ser”, sino lo que por la presión social y por sí misma acepta “estar siendo”.

Desde esta perspectiva el concepto género es una construcción ecosistémica y biopsicosocial que es comprendida, emocionada y experienciada de manera diferente en cada cultura[1], tiempo, espacio, sistema social y persona.

¿Qué se quiere decir al afirmar que el género es una construcción ecosistémica?
Que la explicación, la experiencia y las emociones con respecto al género están determinadas en cada persona por el sistema; que entendemos a la sociedad como un macrosistema, a los grupos sociales como sistemas y a los(as) sujetos(as) como microsistemas; y que al ser las sociedades, grupos y personas entendidas como sistemas, comprendemos que se interrelacionan, interafectan e interdependen en una tempo-espacialidad, cultura y sistema social determinados; que ésta comprensión nos conduce a entender que el género es auto y hetero construido y auto determinado por sí mism@ y hetero determinado por las relaciones con los(as) demás y con el entorno.

¿Qué se quiere decir al afirmar que el género es una construcción biopsicosocial?
Que cada persona tiene una estructura psicológica o de pensamiento (lógico-operativa-emocional), por tanto el aprendizaje es un proceso triádico en el que confluyen tres formas de aprender siempre presentes, interactuantes, interafectadas e interrelacionadas: lógico-teóricas, emocionales y experienciales; un substrato biológico (lo que es a partir de su sexo: macho, hembra o intersexualidad), y establece una serie de relaciones sociales; y que la interrelación, interafectación e interdependencia ecosistémica de estos tres aspectos posibilita una comprensión, experienciación y emoción de género particular en cada ser humano, determinando así una identidad y rol de género igualmente particulares en cada persona.
Si las identidades son tanto particulares, como sociales y pueden comprenderse, pensarse y experienciarse de manera diferente, masculino y femenino no deben ser entendidas como categorías exclusivas y excluyentes, sino como estereotipos que las sociedades establecen, el género es un continuo en el que los extremos son lo masculino y lo femenino, y a lo largo de la línea que los une se presentan una serie de variaciones en las que uno de los estereotipos con sus respectivos comportamientos y actitudes puede ser más marcado que el otro o imbricarse, de tal manera que, en la experienciación de la personas, desaparecen los limites del estereotipo.

Las identidades de género y de rol de género están determinadas por la ubicación del(a) sujet@ en dicho continuo. Las identidades de género y los roles de género son tantos como personas existen, y no están determinados de manera permanente en las personas, aún cuando pueden estarlo, sino que pueden cambiar de acuerdo con los procesos emocionales que cada un@ experiencia en el transcurso de su existencia.

¿Cómo se interioriza el género?
Ya hemos afirmado que el género es una construcción ecosistémica y biopsicosocial; igualmente hemos hablado del juego interrelacionado, interafectado e interdependiente entre el papel de la tradición, la cotidianidad y los propios imaginarios prospectivos.

En la cotidianidad experienciamos el mundo; en ella hacemos una confrontación entre lo aprendido en los procesos cognitivos y lo que “queremos ser” que tiene como resultante lo que aceptamos “estar siendo”. En el cotidiano se perpetúan las formas de discriminación, ya que en el cotidiano solemos actuar de manera inconciente, siguiendo sin darnos cuenta el lenguaje y el actuar colectivo y proveyendo explicaciones eminentemente emocionales aunque concebidas como racionales.

En el cotidiano aprendemos los conceptos normativos, básicamente en la familia y en la iglesia; aquí también aprendemos las organizaciones y las instituciones como la familia, el sistema político, el mercado laboral, el sistema educativo y la política, en consecuencia también aprendemos las relaciones de poder, de dominación-dependencia, de inequidad, el sexismo; en el cotidiano aprendemos las identidades, las subjetivamos y construimos las subjetividades masculinas y femeninas. Con todos estos elementos explicamos y representamos el cuerpo, el género, las orientaciones sexuales, las expresiones comportamentales sexuales, en fin, la sexualidad, el “deber ser” tanto para unos como para las otras.

Lo aprendido tiene como fundamento el conocimiento científico. Es decir, los diferentes desarrollos teóricos, experienciales y emocionales que estructuran nuestro pensamiento, vivencia y emoción. Dependiendo de la cultura, el tiempo y el espacio en los que estamos inmersos en la interiorización del género, se da primacía a este conocimiento desde la tradición cultural, científica y social a determinados paradigmas que determinan una epistemología, una ontología y una socioantropología, es decir, una manera de ver, entender y explicar el mundo, una manera de entender cómo nos relacionamos con el mundo y una manera de comprender las relaciones sociales, interpersonales y consigo mism@.

Básicamente se pueden agrupar las maneras de ver, entender y explicar el mundo (epistemologías) en tres grandes mapas comprensivos o lógicas de pensamiento:

La primera de esas lógicas es la objetivista. En ella, el mundo se comprende de manera lineal. En este paradigma el conocimiento se obtiene a partir de una ontología en la que la realidad misma, que es externa al sujeto conocedor, es asumida como realidad objetiva externa. El sujeto es en sí mismo, por tanto existe como tal y su actuar debe corresponder con ese ser. En la lógica lineal “A” conduce a “B” y “B” a “C”, de donde se desprende que si el sujeto es macho, debe tener en consecuencia una identidad masculina, razón por la cual debe comportarse en un rol que se desprende de dicha identidad.

La segunda de esas lógicas es la subjetivista. Hace énfasis en las estructuras en las que las relaciones, además de lineales son verticales. Desde este paradigma el sujeto tan sólo puede ser y actuar de acuerdo con aquello que su estructura corporal determina como la única vía posible de identidad y relacionamiento. El individuo responde a un “deber ser” que es predeterminado biológicamente en una lógica excluyente: el sujeto es “A” o es “B”. Si el sujeto es macho entonces tan solo puede ser aquello que su estructura física y mental le posibilita ser, por tanto “debe ser” además masculino, heterosexual y falocrático.

La tercera de esas lógicas es la del pensamiento sistémico constructivista y de la complejidad. Desde este paradigma el ser humano se comprende de manera circular y como una globalidad en la que su parte lógica está directamente influenciada por sus partes emocional y operativa. En su interrelación con la realidad el ser humano produce una serie de procesamientos en los que las emociones juegan un papel determinante en la comprensión y relación con los demás seres, proveyendo un papel primordial al entorno en el que el/ella se encuentra, y los efectos se generan no sólo desde sí mismos, sino también a partir de las emergencias que se crean en la interrelación, interafectación e interdependencia entre los sujetos y el entorno en el que ellos se encuentran.

Desde esta perspectiva, el ser humano social y cultural es único, irrepetible, trascendente, evolutivo, dinámico e histórico como también presente y al mismo tiempo futuro; se interrelaciona, interafecta e interinfluencia con los(as) otros(as) y el entorno a partir de sus emociones, de las que además desprende las explicaciones y experiencias con respecto a sí mism@, el resto de las personas y el mundo que lo rodea, de modo que las sexualidades, es decir, las orientaciones sexuales, las identidades de género y sus experiencias son continuos que dependen no sólo de sí, sino también de las emergencias que se generan a partir de sus vinculaciones con las demás personas, el entorno social, cultural y espacial en que se halla inmerso en un tiempo determinado; en consecuencia, su sexualidad no es un hecho terminado, sino que está siendo reconstruido en cada momento de la existencia.

El imaginario prospectivo se posibilita en el encuentro entre la tradición y la cotidianidad, es decir entre el conocimiento científico y la experienciación en el cotidiano. La persona interioriza el género realizando una serie de conexiones eminentemente particulares entre lo experienciado por sí mism@ y en la relación con los(as) demás y el entorno, y el conocimiento científico adquirido. A partir de lo anteriormente expuesto, surge una pregunta:

¿En dónde se aprende el género?
Se aprende en diferentes espacios. Tradicionalmente el conocimiento científico se imparte en la escuela, pero de allí se extiende a la iglesia, la familia, a todos los espacios de la vida cotidiana, en especial de los medios masivos de comunicación.

Igualmente adquirimos conocimiento en el encuentro y desencuentro con padres, madres, hermanos(as), amigos(as), pastores, sacerdotes, religiosos(as), en todos los espacios de encuentro de la vida cotidiana (clubes, grupos de amigos, espacios deportivos) como también de los medios masivos de comunicación.

Un lugar privilegiado de conocimiento somos nosotros(as) mismos(as), el lugar donde se interioriza primordialmente el conocimiento es el cerebro. Los rastreos cerebrales médicos posibles gracias a los avances de la tecnología prueban que desde el cerebro sentimos, actuamos y pensamos, razón por la que además nuestro cerebro determina quiénes somos y por tanto nuestra identidad.

Cada proceso que nuestro cerebro realiza se efectúa en un área determinada del mismo y dicho proceso está orientado a una función específica. Una neurona es un bloque constructivo del cerebro que induce a sentir, actuar o pensar disparando impulsos nerviosos a través de ramas de neuronas que están conectadas a otros cientos de ramas que a su vez están interconectadas a otros cientos de ramas y así sucesivamente. Las cadenas de neuronas “conectadas” unas a otras en realidad no se tocan, sino que se produce entre ellas un campo químico que se produce cada vez que una neurona dispara su energía; siendo precisamente ese cóctel de substancias químicas llamadas neurotransmisores el que controla la actividad cerebral. Las neuronas hacen cien millones de millones de conexiones o sinapsis (Velandia y otros, 2003)

El cerebro funciona como un sistema, por tanto es más que la suma de todas sus partes. Las emergencias del cerebro no se producen en una sola neurona, sino en muchas de ellas que trabajan conjunta y simultáneamente. Cada grupo de neuronas se encarga de un proceso y posibilita diferentes habilidades físicas más desarrolladas como el lenguaje o la memoria, o menos desarrolladas como el movimiento. La forma, el color, la temperatura se procesan separadamente y sumándolas tenemos una “visión coherente” del mundo.

Las habilidades menos desarrolladas se realizan automáticamente sin pensarlas y son ordenadas desde el cerebelo. Una actividad que se ha practicado reiteradamente es aprendida por el cerebelo y realizada automáticamente. El cerebelo da el comando necesario al resto del cuerpo mandando instrucciones sin que nos percatemos de ello; de hecho su funcionamiento es más preciso cuando se realiza sin que se haga conscientemente. Desde el cerebelo estamos igualmente en capacidad de usar cualquier herramienta y hacerla una extensión de nuestro cuerpo con la que estamos en capacidad de modificar el mundo.

Con el crecimiento del cerebro se posibilitó la organización del caos externo, ordenando, clasificando, categorizando. Tenemos además, diferentes tipos de memoria: La memoria del trabajo que nos posibilita recordar datos por un tiempo no mayor de siete minutos y en una cantidad de aproximadamente siete artículos y que se emplea para recordar datos que debemos comprobar inmediatamente y luego se pueden desechar. La memoria de larga duración requiere que la información obtenida llegue al cortex (parte frontal y exterior del cerebro) y allí se almacene. Se considera que los recuerdos son compartidos simultáneamente por muchas neuronas y que las rutas que la información toma y las conexiones que se crean deben ser fortalecidas continuamente.

La tarea más difícil que realiza nuestro cerebro es la comprensión de las otras personas para posibilitar la convivencia ya que la sociedad humana es la más compleja de todas las sociedades y la forma como nos relacionamos con los(as) otros(as) sólo es posible gracias al desarrollo de nuestras capacidades cerebrales.

La conciencia de sí y de los(as) demás es la habilidad más grande que hemos desarrollado. El desarrollo de la personalidad nos permite entrar prevenidos a nuestras actividades y pensamientos, ya que sin la conciencia seríamos algo más que robots atravesando por la vida sin emociones. La conciencia está directamente relacionada con nuestras emociones y nos permite apreciar y valorar lo experienciado en la vida cotidiana, las cosas de la vida, el amor, el conocimiento científico, la ciencia, a nosotros(as) mismos(as) y a los(as) otros(as).

¿Por qué el cerebro es tan importante para la comprensión y experienciación del género?
Daniel Goleman (1996) plantea en "La Inteligencia Emocional", que una visión de la naturaleza humana que pasa por alto el poder de las emociones es lamentablemente miope, y que el mismo nombre de Homo Sapiens, la especie pensante, resulta engañoso a la luz de la nueva valoración y visión que ofrece la ciencia con respecto al lugar que ocupan las emociones en nuestra vida. Este autor alega que en un sentido muy real tenemos dos mentes, una que piensa y otra que siente. Estas dos formas fundamentalmente diferentes de conocimiento interactúan para construir nuestra vida mental. La mente racional, es la forma de comprensión de lo que somos típicamente conscientes: más destacada en cuanto a la conciencia, reflexiva, capaz de analizar y meditar. Pero junto a ésta existe otro sistema de conocimiento impulsivo y poderoso, aunque a veces ilógico: la mente emocional.

Como lo afirma Jennings (2001), es imposible tener un sistema de razonamiento que funcione bien sin un sistema de emociones que lo haga correctamente. Lo que la persona piensa, lo que la persona cree, los problemas que solucione, sus formas de razonar no existen en el vacío, ya que siempre hay un respaldo de las emociones. Para él no somos máquinas pensantes sino “máquinas emocionales que piensan”. Sus investigaciones han demostrado que si el cerebro pierde la región relacionada con la creación de sensaciones no es que se elimine la capacidad de producir emociones, sino la de sentir las que se producen al no poder experimentar la conciencia de la emoción. En la entrevista realizada por Daniela Rusowsky, titulada "Cambiemos nuestras conversaciones y haremos un mundo distinto” publicada en la Internet, él opina “Decimos que los seres humanos son seres racionales. Yo pienso que eso no es verdad. La razón la usamos para justificar las emociones.”

¿Son determinantes las emociones para la comprensión y la experienciación del género?
Al perder contacto con las emociones se pierde contacto con el pasado; los recuerdos y las emociones que nos acompañan guían cada una de nuestras decisiones. Todas las situaciones que la persona experiencia en la vida, por ejemplo su identidad de género o de rol de género, inevitablemente están relacionadas con algún tipo de emoción.

Toda decisión que la persona toma está relacionada por su similitud con una previa. Cuando la persona debe decidir, aparece en su memoria un recuerdo emocional que se manifestará como un presentimiento que lo guiará hacia una u otra opción. Desde esta visión las emociones pueden considerarse un mapa de navegación que nos apoya en la toma de una decisión que emocionalmente determinamos como correcta. Si dicho mecanismo emocional no funcionara la persona quedaría a merced de sus procesos lógicos y éstos no serían suficientes para la toma de decisiones.

Las emociones, afirma, nos ayudan a determinar qué hay de bueno y de malo en nuestro mundo. Por ellas sabemos que hay discriminación, sexismo, homofobia, mayor reconocimiento de los hombres que de las mujeres. La emoción nos da una imagen de nosotros(as) mismos(as) pero podemos perder el control de esa imagen y sentir que no hay futuro para nosotros(as). Por ejemplo, en un estado de depresión severa la persona pierde el equilibrio entre las emociones, el pensamiento y la razón.

El cerebro es capaz de generar toda una colección de pensamientos, pero es la emoción la que ocupa el centro de nuestra vida; en consecuencia la vida está regulada por las emociones y la interacción de ellas con los procesos de pensamiento es lo que somos. Más que seres racionales somos seres emocionales ya que en nuestras vidas no hay ningún momento libre de emociones, de ahí la importancia de centrarnos en conocerlas.

Daniel Goleman (1996) plantea que: "Toda las emociones son impulsos para actuar" es decir, que las emociones son los motores de la acción humana, son los recursos para enfrentarnos a la vida y sus múltiples relaciones. En el contexto de este documento, las emociones no son concebidas como lo que corrientemente llamamos sentimientos, sino como las plantea Maturana (1977): "Las emociones son en esencia impulsos para actuar, planes instantáneos que la evolución nos ha dado, para enfrentarnos a la vida, lo que sugiere que en toda emoción hay implícita una tendencia a actuar. Es decir, plantea que las emociones son impulsos arraigados que nos llevan a actuar, motivo por el cual los biólogos no dudan en otorgarle a las emociones un papel fundamental en la evolución humana. Estas tendencias biológicas a actuar están moldeadas además por nuestra experiencia de la vida y nuestra cultura".

Nuestra actitud frente a los derechos de género no es entonces un constructo racional sino eminentemente emocional, pero expresamos nuestros constructos racionales por medio de conversaciones.

¿Qué papel juegan las conversaciones en la construcción del género?
Maturana discurre “Todo vivir humano ocurre en conversaciones y es en ese espacio donde se crea la realidad en que vivimos… Los seres humanos usamos el hacer para justificar o negar la emoción donde nos encontramos. Existimos en el entrelazamiento del lenguajear y el emocionar. Este entrelazamiento yo lo llamo conversar, que viene del latín "dar vueltas juntos".

"Las historias que contamos sobre cómo vivimos constituyen el mundo que vivimos. Si queremos vivir distinto sólo tenemos que vivir distinto, generar conversaciones que constituyan ese otro vivir. Cambiemos nuestras conversaciones y haremos un mundo distinto… El lenguaje no puede haber surgido en la agresión que restringe la convivencia, sino en el amor”. El género es una realidad creada y contada en las conversaciones.

No se niega que en cuanto a lo racional, somos racionales, ya que tenemos sistemas de argumentos desde los cuales argüimos. Maturana igualmente responde que “Todo sistema racional se funda en alguna emoción que da validez a sus premisas. Escogemos ciertas premisas como puntos de partida y como elementos que en sus coordinaciones, de acuerdo con sus propiedades y características, constituyen el sistema racional. Entonces, en nosotros(as), lo racional no es una cosa en sí, propia y particular que pueda ser la misma en cualquier circunstancia. Yo digo que hay distintos sistemas racionales, cada uno definido desde un conjunto de premisas fundamentales, de las cuales se constituye cada sistema de argumentaciones… No porque somos racionales dejamos de ser emocionales. Es a eso a lo que yo hago referencia cuando digo que todo lo humano se da en el conversar.”

Este Biólogo afirma “Todas las acciones humanas se fundan en alguna emoción. El amor es una de ellas. Pero también están la agresión, el miedo, la pena, la vergüenza, la envidia, la codicia. El ser humano es intrínsecamente emocional y las emociones constituyen los fundamentos que especifican los dominios de acciones en que nos movemos en cada instante. Por esto digo que las distintas emociones constituyen distintos dominios de acciones… Del amor también nació el lenguaje como un sistema de coordinaciones conductuales consensuales. El lenguaje, como dominio de coordinaciones conductuales consensuales, puede surgir solamente en una historia de coordinaciones conductuales consensuales. Esto exige una convivencia basada en la aceptación mutua. Si no hay interacciones en la aceptación mutua, se produce separación o destrucción.”

¿Cuál es la relación entre el lenguaje y el género?
Echeverría, sustenta la tesis de que “lo social, para los seres humanos, se constituye en el lenguaje[2]. Todo fenómeno social es siempre un fenómeno lingüístico” (Echeverría 1996).

La invención del alfabeto transformó nuestras “categorías mentales”, con relación a la manera en que los seres humanos se piensan sobre ellos mismos y sobre el mundo. El poder del pensamiento generó la ilusión de que dominábamos la naturaleza, convertimos el pensar en el tipo de acción único por excelencia y lo catalogamos como superior, y con ello determinamos la existencia de “acciones inferiores”. La distinción entre la teoría y la práctica se consumó. Las acciones de la vida cotidiana se asumían de manera subordinada, aún más cuando no eran conducidas por el pensamiento.

Es en este contexto en el que toma fuerza el postulado de que un ser humano es un ente racional. La razón es lo que nos hace diferentes de las otras especies; es mediante ella que asimos el ser de las cosas, asumiendo que las cosas son lo que son, de acuerdo a su ser. Creímos que para todas las preguntas existía una repuesta verdadera, accesible mediante el pensamiento racional, lo que conllevó a asumir que éramos capaces mediante la razón de conocer el verdadero ser de todo lo que nos rodeaba.

En el momento histórico que estamos viviendo, presenciamos nuevamente una revolución en la forma de comunicarnos con los(as) demás, resultado de importantes innovaciones tecnológicas: el lenguaje electrónico. Este lenguaje ha incidido profundamente en la forma en que convivimos, en el pensar sobre nosotros(as) mismos(as) y sobre el mundo (se eliminan los problemas de la distancia, se revalúa la sincronía y asincronía en el tiempo, las limitaciones físicas ya no son determinantes en la relación con los(as) otros(as)) y en la forma en que ocurre el cambio en la vida humana, tanto que hoy día, el cambio es un aspecto permanente de la vida, por lo cual nada permanece igual por demasiado tiempo. Por ejemplo el concepto de género ha cambiado con el tiempo.

Desde la teoría de Echeverría, un postulado inicial con relación a lo que comprende por ontología, es que “Cada planteamiento hecho por un observador nos habla del tipo de observador que ese observador considera que es... Hagamos lo que hagamos, digamos lo que digamos, siempre se revela en ello una cierta comprensión de lo que es posible para los seres humanos y, por lo tanto, una ontología subyacente” (Echeverría, 1996), es decir, que cada vez que actuamos o decimos algo, no sólo se manifiesta el objeto sobre el cual actuamos o decimos, sino que principalmente se manifiesta una interpretación de lo que significa ser humano y, por lo tanto, una ontología. Pudiéramos decir entonces que cada persona al hablar del género, sobre todo nos habla de sí misma y de la manera como entiende, explica y vivencia el mundo.

La mayor fuerza de la ontología del lenguaje se encuentra en la interpretación que proporciona sobre el individuo, dado que lo trata a él y a su mundo como construcciones lingüísticas, ofreciendo con ello una mayor expansión de posibilidades humanas.

La estructura básica de la propuesta se nutre, según Echeverría, de tres postulados básicos: 1). Los(as) seres humanos como seres lingüísticos; 2). El lenguaje como generativo; 3). Los(as) seres humanos se crean a sí mismos en el lenguaje. Veamos:

En tanto individuos tenemos la capacidad de generarle un sentido a la vida, interpretándonos a nosotros(as) mismos(as) y al mundo que nos rodea. La forma en que damos sentido a nuestras vidas es lingüística, así, nuestra identidad, ya sea como personas, género o rol de género, está asociada a nuestra capacidad de generar sentido a través de nuestros relatos; no podemos separarnos de nuestros relatos y al modificar el relato de quiénes somos, modificamos nuestra identidad.

Además de lo señalado, es necesario tomar en cuenta el carácter social del lenguaje, es decir, que en tanto individuos, somos lo que somos debido a la cultura lingüística en la que crecemos, el individuo no sólo es una construcción lingüística sino también social. Si el individuo se vivencia en el genero se comprende entonces que el género es una construcción lingüística social.

Las formas como conferimos sentido y como actuamos descansan en un trasfondo de relatos e historias generadas en la comunidad y en sus prácticas vigentes. Nos constituimos siempre dentro y a partir del trasfondo de esos discursos históricos (metarelatos) y de esas prácticas sociales.

El lenguaje no sólo permite describir realidades, también las crea, genera ser. La forma en que una realidad externa existe para cada ser humano es lingüística; cuando algo se convierte en parte de nuestras vidas, cuando la realidad externa existe para nosotros(as), ya no es externa y la hacemos existir para nosotros(as) en el lenguaje. Al conceder al lenguaje la característica de ser generativo, decimos que es acción, es decir, que no sólo a través de él hablamos de las cosas, sino que nos brinda la capacidad de alterar el curso de los acontecimientos: hacemos que las cosas ocurran, creamos realidades, modelamos el futuro, nuestra identidad y el mundo en que vivimos. Por ejemplo, al decirle a un hombre que lo consideramos “mariquita” creamos opciones diversas, cerramos posibilidades para él y para otros(as), interviniendo activamente en el curso de los acontecimientos.

Las cosas no tienen nombres, nosotros(as) se las damos, y en ese proceso las constituimos en la distinción en lo que para nosotros(as) son” (Pérez, 2001). Por su parte Maturana aporta a esta perspectiva, partiendo del hecho de que como seres humanos acontecemos en el lenguaje y toda actividad humana lo tiene como ambiente condicionante, es decir, que este nos precede como mundo lingüístico al nacer y nos configura como humanos al aprehenderlo: “somos concebidos, crecemos, vivimos y morimos inmersos en las ... palabras y la reflexión lingüística y por ello y con ello, en la posibilidad de la autoconciencia ... Toda nuestra realidad humana es social y somos individuos, personas, sólo en cuanto somos seres sociales en el lenguaje” (Maturana, 1995). Por el lenguaje logramos distinguir que somos hombres o mujeres y al lenguajear-nos hombres estamos afirmando que somos machos, masculinos, heterosexuales, que tenemos el poder.

Fruto de los anteriores postulados básicos, se desprenden tres principios generales de la propuesta de la ontología del lenguaje que de asumirse trae cambios radicales en nuestra forma de ser y estar en el mundo:

1. No sabemos cómo las cosas son. Sólo sabemos cómo las observamos o cómo las interpretamos. Vivimos en mundos interpretativos. Al decir que un hombre es masculino o que una mujer es femenina estamos suponiendo que ella se comporta de una determinada manera, pero no sabemos si su práctica es esa. Es probable, inclusive, que observemos en esa persona una práctica concreta y que por ella determinamos que la persona es “así”, pero nosotros(as) tan solo tenemos una apreciación del(a) otr@, y esa apreciación que nosotros(as) expresamos no es el/la otr@ sino nuestra visión particular de ese momento sobre él/ella.

El problema consiste en que con el lenguaje hemos creado estereotipos y al lenguajear sobre las personas las estereotipamos, les creamos una manera de ser, a la cual además con el lenguaje le damos existencia. Al crear el estereotipo igualmente estamos creando creencias, actitudes, normas, valores que conforman nuestra concepción del mundo frente a ese estereotipo, como también una concepción del mundo social de la persona estereotipada, de sus relaciones interpersonales y de las instituciones de las que hace parte.

Si asumimos esta postura, la de dar realidad con el lenguaje, necesariamente abandonamos toda pretensión de acceso a la verdad. Recordemos que ser y verdad son dos bases fundamentales de la concepción metafísica, por tanto si ponemos en duda el acceso al ser, al cómo las cosas son, se pone en duda también, cualquier pretensión de acceso a la verdad.

Ello no implica negar la existencia de las cosas, lo que se niega es que las podamos conocer en lo que realmente son, independientemente de quien las observa.

2. No sólo actuamos de acuerdo a como somos, (y lo hacemos), también somos de acuerdo a cómo actuamos. La acción genera ser. Uno deviene de acuerdo a lo que hace.

El ser no es inmutable, es decir, que constantemente estamos siendo. Nuestras acciones no sólo revelan cómo somos, sino que también nos permite transformarnos, trascendernos y construir un ser diferente. Ello posibilita que si la persona se autoriza a actuar distinto, genere una comunicación distinta: lo que expresa sobre sí, lo que los(as) demás expresan con respecto a él/ella como también una relación comunicativa ya que el/la otr@ l@ percibe distinta.

3. Las personas actúan de acuerdo a los sistemas sociales a los que pertenecen. Pero a través de sus acciones, aunque condicionados por estos sistemas sociales, también pueden cambiar tales sistemas sociales.

Nos constituimos como personas desde el sistema de relaciones que mantenemos con los(as) demás, es decir, que somos componentes de un sistema social más amplio, el lenguaje. Nuestra posición dentro de este sistema es lo que nos hace ser los individuos particulares que somos, por tanto, es necesario mirar la relación entre el sistema social y el individuo, dada su retroalimentación.

Si cada un@ de nosotros(as) estable relaciones distintas, si el lenguaje para comunicarse sobre sí y sobre los(as) demás cambia, por ejemplo no utiliza un lenguaje sexista, homofóbico, discriminatorio o de poder, entonces las relaciones que establece cambian y se produce un cambio en las relaciones del sistema social al que pertenece, de ahí la importancia de que asumamos un discurso positivo del género, ya que esto obliga a comunicar-nos en un lenguaje distinto y generar relaciones distintas entre los seres humanos.

¿En que tipo de relaciones debe generarse un lenguaje distinto con respecto al género?
El aspecto critico no solo se centra en la persona sino además en las interrelaciones que ésta genera. Toda interrelación que se soporte en el sistema sexo-género genera lenguajes desde y con los cuales se explican y vivencian las relaciones interpersonales y sociales, que como es evidente son relaciones de dominación, por tanto son este tipo de relaciones aquellas en las que primordialmente debe generarse un lenguaje distinto.

"La función del sistema sexo género -como forma de análisis de la realidad- es la toma de conciencia crítica de cómo ha sido históricamente y es en la actualidad la dominación de las mujeres por los hombres, para poder establecer nuevas relaciones humanas que erradiquen la discriminación" (Barragán, Guerra, Jiménez, 1996, p. 16).

La relación entre sexo y género, entre cultura y biología se ha analizado bajo la denominación “sistema: sexo/género”. Según Scott, este sistema es “el conjunto de disposiciones por el que una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana, y en el cual se satisfacen esas necesidades humanas transformadas” (Scott, 1986).

Según Barragán, “el sistema sexo género diferencia tres estructuras básicas que se deben tener en cuenta: trabajo, poder y cathesis (Thuren, 1993). Barragán, lo explica de la siguiente manera:

“La estructura de trabajo incluye qué persona realiza las tareas, la naturaleza de las mismas y la organización del trabajo de producción, reproducción, distribución y consumo incluyendo servicios. Así podemos analizar la distribución del trabajo en la esfera pública y doméstica y dentro de cada una de ellas las tareas y funciones asignadas a hombres y mujeres.

La estructura de poder implica considerar cómo se toman las decisiones, qué persona, qué tipo y de qué manera (si tiene autoridad para tomarlas o las toma ilegítimamente). Asimismo, las relaciones con otras estructuras de poder como son la clase social o el grupo étnico al que se pertenece.

En tercer lugar, la estructura de cathesis incluye el estudio de las emociones en las relaciones sociales. El amor, la sexualidad, la amistad pero desde un punto de vista social y cultural. Cómo se organizan los deseos, con prohibiciones, incitaciones, definiciones culturales de lo deseable.

Aun cuando generar lenguajes distintos en estas tres estructuras es una labor de suma importancia, se hace necesario evidenciar que el feminismo ha criticado no sólo la ausencia de estudios que relacionen el sexo y el género (Hyde, 1995), sino que además, cuando se ha hecho dicha relación ha planteado la necesidad de ir aún más adelante en la comprensión de la relación del sistema: sexo/género con la sexualidad (Thuren, 1993).

La definición de “sistema: sexo/género”, hace hincapié en el papel de la sociedad en la transformación de lo biológico pero deja de lado que en dicha transformación las emociones juegan un papel determinante, ya que como lo hemos explicado, más que seres racionales somos seres emocionales.

Si desea comprender la sexualidad se debe hacer hincapié, no sólo en que está referenciada y depende del sexo y el género, sino que además, depende y se referencia de la orientación sexual de la persona. Las emociones juegan un papel determinante en la concreción de la orientación sexual y de la identidad de orientación sexual en las personas. Las emociones nos determinan en la heterosexualidad, o en cualquier orientación sexual. Aun cuando en la cathesis se ha estudiado las emociones es evidente que se estudian tangencialmente y no es su papel de motores de la acción humana.

Si queremos entender las acciones humanas no tenemos que mirar el movimiento o el acto como una operación particular, sino a la emoción que lo posibilita. Un diálogo entre dos personas será vivido como agresión o accidente, según la emoción en la que se encuentran los(as) participantes; igualmente, la orientación sexual y desde ella el encuentro con el otro o la otra en el deseo, lo afectivo, lo erótico y lo genital será vivido desde una emoción desde la que nos identificamos o no en una determinada orientación sexual. No es el encuentro lo que define lo que ocurre sino la emoción que constituye dicho encuentro como acto. De ahí que los discursos racionales, por impecables y perfectos que sean, son completamente inefectivos para convencer a otro si el habla y la escucha se llevan a cabo desde emociones distintas.

¿Cómo se explica la orientación sexual?
Si sexo es una definición que se comprende de forma binaria eminentemente biológica, la sexualidad, que es una dimensión eminentemente humana basada en el sexo, desde esta perspectiva únicamente es posible explicarla desde la posibilidad binaria de relacionamiento macho penetrador-hembra penetrada y por tanto, se excluye cualquier otra posibilidad de relacionamiento entendida con fines no procreativos.

En cambio, si sexo es entendido como definición psicosocial, se evidencia que la orientación sexual “normal” es la heterosexualidad exclusiva en hombres y mujeres ya que debe corresponderse con el “deber ser” tanto de la identidad como del rol de género.

Si se percibe la sexualidad como una definición en continuo, logramos intuir además, que la orientación sexual no puede ser explicada desde el estereotipo heterosexual sino a partir de las posibilidades que se establecen con base en las diferenciaciones de sexo, y las identidades y roles de género. Es decir, que puede comprenderse que emocional y físicamente los seres humanos están en posibilidad de relacionarse no sólo desde la experiencia heterosexual sino también desde la homosexualidad, la lesbianidad o la bisexualidad; en otras palabras, ya no en exclusiva y excluyente posibilidad sino diversidad de ellas.

Si a lo anterior añadimos que cada ser humano es único e irrepetible, podemos entonces recapitular y afirmar que no puede hablarse de la sexualidad como un estereotipo sino de experiencias particulares asumidas por cada persona y por tanto, debe hablarse de sexualidades; de lo anterior se desprende que existen tantas homosexualidades como sujetos experiencian particularmente su homosexualidad y en consecuencia, igualmente existen lesbianidades, bisexualidades y heterosexualidades.

Las Mujeres y Hombres pasan por un proceso de de-construcción re-construcción de su identidad sexual y de ellos(as) mismos(as). Proceso al que denomino de identicación (igual a sí mismo desde un modelo particular y no a partir de identificarse con un modelo externo) en el cual el individuo se hace eje y motor de su propia existencia (Velandia, 1999). El proceso de identicación se asocia con el “querer estar siendo” y la identidad con el “aceptar estar siendo”.
Tanto para la identificación particular como para la identicación particular la persona requiere identicarse o identificarse reconociéndose en una múltiple construcción:

1. Lo que aceptamos estar siendo biológicamente como hombre, mujer o persona en una de las intersexualidades (identidad particular de sexo);
2. La manera como nos reconocemos a partir de nuestros genitales externos (identidad particular genital);
3. La forma como asumimos nuestro cuerpo (identidad particular de cuerpo);
4. La emoción que nos produce estar siendo en función de reconocernos hombre, mujer o persona en una de las intersexualidades (identidad particular de género);
5. La forma como nos identificamos en nuestros comportamientos, nos relacionamos en el intercambio genital, social, cultural, productivo y las connotaciones que ello tiene (la identidad particular para el rol de género);
6. La escogencia personal e íntima de él o la sujeto-objeto con el o la cual asumimos nuestra conducta sexual, es decir nuestro deseo, erotismo, afectividad y genitalidad (identidad de orientación sexual particular).

¿Qué relación tienen las orientaciones sexuales con el lenguaje y la vivencia del género?
La heterosexualidad se ha identificado como el patrón social de relacionamiento, inclusive para muchos de quienes experimentas las homosexualidades y muchas de quienes experiencian las lesbianidades sigue siendo el modelo desde le que se concibe la relación de pareja, e igualmente es el patrón de lenguaje con el que los(as) agentes externos a la misma, validan o rechazan una relación en cualquiera de las orientaciones sexuales y en su interior el deseo, el erotismo, la afectividad y la genitalidad como también las identidades de los(as) miembros(as) de la pareja.

Aunque el lenguaje y la vivencia de la heterosexualidad ha cambiado y con ella el concepto de masculinidad, señalan los constructivistas (Badinter, 1993), subsiste el poder que el hombre mantiene sobre la mujer, como también el poder que el hombre tiene sobre aquellos que reniegan de su posibilidad de serlo; recordemos que suele lenguajearse socialmente que ser homosexual es no ser hombre.

Algunos(as) homosexuales y lesbianas han experienciado relaciones distintas a las relaciones heterosexuales de poder, inclusive algunos(as) heterosexuales y bisexuales también lo han hecho, pero en especial algunos homosexuales, personas transgéneros, transexuales, intersexuales y transvestis han lenguajeado y experienciado el género de manera diferente a la tradicional; entre ellos y ellas encontramos desde los(as) hipermasculinos(as) a los(as) hiperfemeninos(as) que transgreden el “deber ser” social del género, de la genitalidad, de la expresión del erotismo y la afectividad.

Esto se evidencia aún más en la crisis del sida, en la que los homosexuales trabajando en esta área han transformado la ideología de la masculinidad en su experienciación al ser acompañantes compasivos, solidarios, respetuosos, generosos, tiernos, cariñosos, asumiendo características reconocibles como propias del deber ser de la feminidad. Si entendemos el género como una ideología del poder podremos darnos cuenta que al transgredir sus patrones de relación y comportamiento estamos realizando una transformación ideológica y a la vez comprobando que el género y las relaciones que a partir de él se suscitan, por ser un artificio del lenguaje, son transformables, reconstruibles, modificables y sobre todo transgredibles, y en últimas, que la masculinidad y la feminidad pueden emocionarse, explicarse y vivenciarse de manera distinta. En todo tiempo, espacio, cultura y sociedad existen simultáneamente distintas formas de experienciar la masculinidad, algunas dominantes, otras marginales, otras estigmatizadas, que compiten entre ellas pero que igualmente se sustentan en el deber ser de la masculinidad.

¿Son concientes estas personas de los cambios ideológicos que están generando?
Muy seguramente la mayoría de ellos no, probablemente sus afectos, las necesidades sociales, la intolerancia, la incomprensión, la falta de respeto, la segregación y otras estrategias que se aplican contra personas marginales (el sida, la homosexualidad y algunas expresiones comportamentales sexuales los hacen marginales) los obliga a relacionarse, a lenguajear de manera distinta y por tanto a experienciarse de manera diferente en el cotidiano; y aun cuando en el cotidiano se perpetúa la dominación también se hace evidente de que en el cotidiano, más que en discurso y la producción científica se mina la ideología cambiando de la convivencia patriarcal a la convivencia solidaria y democrática.

Sin embargo, no se puede negar que algunos de estos hombres están a la vanguardia de los estudios de la masculinidad al permitirse investigar, emocionar y producir a partir de las relaciones de género que ahora experiencian.

Además, los otros hombres -homosexuales o no- y las mujeres que están a su lado co-construyen relaciones distintas que igualmente son experienciadas en otros momentos del cotidiano con otros hombres y mujeres, creando así una estrategia que demuestra a la sociedad que el género y las relaciones de poder son transformables.

¿Cómo afecta a la salud el tema del género?
La salud es uno de los aspectos en los que las relaciones de poder a simple vista parecen no tener mucha influencia; a pesar de ello, los estudios críticos sobre género y salud comenzaron a investigar la enfermedad en los hombres subrayando como las diferencias de poder configuran las relaciones entre hombres y mujeres, hombres y hombres, y mujeres y mujeres. Como ya hemos visto y ejemplificado, la identidad de género y sus comportamientos tienen una fuerte influencia emocional y son las mismas personas quienes activamente las construyen, remodelan y mantienen; demostrando así, que la masculinidad y la feminidad son emergencias de los procesos de convivencia social; y que por tanto, aun cuando siguen siendo estereotipos, son en esencia estructuralmente dinámicos.

Tendríamos que centrarnos en recordar algunos criterios de la ideología de masculinidad para desde ellos mismos abordar el problema de la salud. Algunos principios de la masculinidad son:

· Ser hombre es no ser mujer. Como afirma Badinter, el hombre no puede permitirse en el ejercicio de su masculinidad ningún asomo de comportamientos que puedan identificarse con lo femenino porque inmediatamente “deja de ser” una fiel copia del estereotipo, para evitarlo debe repudiar todo lo femenino.
· Ser hombre es tener y reafirmarse en el poder. Se es mas masculino en cuanto más poder tienes, recuerda que el poder atrae poder y a quienes no lo tienen. El poder se mide con el poder que tengas, por el acceso a la economía, al mando.
· Ser hombre es sinónimo de fortaleza. El hombre no puede perder el equilibrio, debe ser confiaba en los momentos de crisis, no debe dejarse llevar por las emociones y ser absolutamente racional.
· Ser hombre hay que serlo y demostrarlo. Como hombre se deben tomar riesgos, atreverse, ir a los extremos, llegar al borde del abismo y si es posible, saltar sobre él.

La ideología de masculinidad se aplica no sólo contra las mujeres, sino además contra aquellos otros hombres que parecen “ser mujeres”. Esta ideología se aplica en todos los momentos del cotidiano, pero en especial se demuestra en la violencia social y sexual, en el ejercicio de la paternidad, en la educación, en la sexualidad y en la salud. En la salud, y en especial en el caso del sida, este se vive como una enfermedad de la masculinidad; de la toma de riesgos (Kinmel, 1997).

Recordemos que “ser hombre es sinónimo de fortaleza”; algunos comportamientos de riesgo son definidos culturalmente como “masculinos” y, además, los hombres utilizan los comportamientos no saludables para definir su virilidad (Courtenay 2000, 1998a, 1998b). Por ejemplo, consumen alcohol en exceso, practican deportes extremos y conducen a gran velocidad. Parafraseando a Courtney se puede decir que un hombre que lo es debe preocuparse poco por su salud y bienestar general. Simplemente, debe verse más fuerte, tanto física como emocionalmente, que la mayoría de las mujeres, y yo agregaría que incluso que otros hombres.

El interés de los hombres fundamentados en que “ser hombre es no ser mujer”, no sólo influyen en su morbilidad y mortalidad, sino que además también influyen en el estado de salud de las mujeres. Los comportamientos, que en parte son expresiones de la “masculinidad hegemónica” (Connell (1987), incrementan el riesgo de adquirir y transmitir enfermedades de transmisión sexual, entre ellas el VIH/sida, de muerte por accidente, y de ser sujeto activo o pasivo de un homicidio.

Ser hombre es reafirmarse en el poder; la violencia de los hombres que victimiza sexual y físicamente a las mujeres e inclusive a otros hombres, e incrementa las agresiones sexuales, las enfermedades de transmisión sexual y los embarazos no deseados, es una ratificación de este poder.

Las prácticas de actocuidado y heterocuidado son tradicionalmente consideradas femeninas (Velandia, 1996). Roter y Hall (1997) en la revisión de diversos estudios sobre la relación comunicativa médico-paciente y observaron que las mujeres están mejor informadas sobre sus enfermedades que los hombres. La construcción de la masculinidad no promueve las actitudes o conductas de autocuidado en los hombres. La experiencia de trabajo comunitario frente al sida demuestra que suele ser la mujer quien se encarga, junto a otras personas viviendo con VIH/sida, del cuidado de los niños y los hombres enfermos.

El cuidado y atención de la salud de los hombres además de la suya propia supone una carga injusta para las madres, esposas o compañeras. Es frecuente observar que en una familia en que una mujer y el hombre viven con sida y ambos están enfermos, ella debe no solo cuidarse a sí misma, sino además cuidar de él y continuar con el cuidado de los demás miembros de la familia.
Rathgeber y Vlassoff (1993), afirman que “un enfoque de género en la enfermedad examina tanto el impacto diferencial en las mujeres y los hombres como los contextos sociales, económicos y culturales en los que viven y trabajan.” Los enfoques del feminismo crítico aceptan este punto de vista, pero también apuntan hacia un análisis capaz de explorar las interrelaciones entre los comportamientos y los resultados de salud en mujeres y hombres. Veamos un análisis crítico al respecto realizado por Velandia (1996) en la Revista Avances en Enfermería, el comenta:

Dentro de esta misma idea popular de masculinidad, el hombre se encuentra ligado a las labores productivas y al sustento económico del hogar. Así, en los momentos en que el hombre es reconocido como importante por su salud, generalmente lo es como hombre-productor. La salud ocupacional hace de su objeto el hombre-máquina, buscando con ello evitar que éste –asumido como engranaje- no le falle al sistema, y se le asiste para que continúe cumpliendo adecuadamente con el papel que de él se espera socialmente. Aun cuando la mujer rechaza del hombre su violencia, la sociedad reconoce y valora al hombre-guerrero, éste puede destruir la vida y la naturaleza en su camino al éxito, en especial cuando destruye en nombre de quienes ostentan el poder, entonces a este hombre se le considera un triunfador, un héroe. Un tercer hombre: el político, pareciera ser el sinónimo del sacrificio, y éste hombre es respetado y valorado en la medida en que se niega a sí mismo, para responder a su "compromiso social".

Estos tres grupos de hombres tienen en común la posibilidad de acceder a los programas de asistencia sin ser rechazados. También tienen en común que son los hombres, que el género femenino pareciera rechazar: son los hombres insensibles, violentos, negados de sí. Son los hombres que parecen, no amar. Los programas de salud no ofrecen alternativas para otro tipo de hombres, porque el hombre que enferma es un ser "débil", cualidad que "pareciera ser eminentemente femenina" y por tanto aceptada en la mujer pero intolerada en el hombre.
El hombre no puede aproximarse a la ternura, porque al hacerlo pareciera negar su esencia, por tal razón un hombre que es tierno, un hombre sensible, es también un hombre "débil de carácter", un no hombre. Y los programas de salud están concebidos para las mujeres, los niños, los ancianos, para los que no son hombres, para los que perdieron la "posibilidad de serlo" y no para aquellos que reniegan de dicha posibilidad. Como afirma Pablo Neruda, muchos hombres se han cansado de serlo, o más bien se han cansado de jugar el papel que la mujer reniega pero sigue esperando que represente el hombre.

Pretender rotular los enfoques de la salud desde un y para un género determinado, sobre todo si la concepción del género es tan particular y tan diversa como la misma población, es negar la posibilidad de la diversidad, pero sobre todo, es pretender que la salud es más importante para aquellos o aquellas que pertenecen a un sexo determinado, es reclamar que una diferencia biológica de la especie asociada con su reproducción o una construcción cultural como lo es el género, determinen la validez de la salud para unos y priven de la misma a otros.

Los programas de salud enfocados para mujeres, como los programas reproductivos (materno infantiles), por ejemplo, niegan el papel del hombre en los procesos educativos y formativos de los menores, y en este caso, niegan incluso el derecho y el deber que los hombres tienen de paternar y afianzan el papel de la mujer que se reprime sexualmente o se violenta negándose a si misma para sacrificarse en el cuidado de sus hijos. Pretender dar respuesta a un problema social desde uno solo de los géneros, será siempre una respuesta sexista y sesgada, y por tanto una respuesta parcializada. Una respuesta que no lo es. Se convierte entonces en "un pañito de agua tibia", en un placebo ante una situación que amerita una medicación correctamente aplicada.

La salud no puede ser entonces solamente un elemento brindado a partir de los constructos culturales y de los limitados imaginarios establecidos sobre los géneros, debe ir más allá; las particularidades y autodefiniciones de los individuos requieren de paradigmas más equitativos en la prestación del servicio. La salud no es un problema de géneros, la salud mucho menos es un problema de las mujeres o los hombres en particular, la salud es una necesidad de todos: un problema del género humano (Velandia, 96).”

¿Las relaciones de género hombre-mujer afectan la salud?
Zambrana (1997). Considera que “Distintos estudios sobre enfermedades de transmisión sexual ponen de manifiesto un patrón de relaciones de género y construcciones recíprocas de masculinidad y feminidad que constituyen sinergias de salud negativas relacionadas con género”. Velandia (2002) encontró en grupos focales sobre las prácticas sexuales afirmaciones tales como que: “Sólo se les debe hablar de sexualidad a los niños y niñas a partir de cierta edad (“a los diez años”, “a los siete años, antes no”, por ejemplo). El temor a hablar nace, de acuerdo con lo manifestado por algunos de las entrevistadas, “del miedo a ´abrirles los ojos´ a realidades para las cuales no están preparados.” Igualmente aparece el factor de la vergüenza para abordar ciertas temáticas con los hombres. “Uno no puede estar todo el tiempo hablando de sexo” afirmaba una de las entrevistadas”; a ello debe añadirse la dificultad que existe en la prevención consistente en que “las mujeres no hablan de sexualidad con sus hijos varones, sino que aparentemente esa labor la descargan en los hombres de la casa”.

Velandia al respecto afirma: “creemos que lo íntimo para ellas y ellos no es lo vergonzante, pero tampoco lo mostrable; el sexo es un aspecto más de la vida sobre el cual no se debe girar; es algo necesario, que está ahí, y se puede usar; las personas no hablan del tema en primera persona, sino que prefieren utilizar referencias a terceros, incluso cuando se trata de tomar decisiones sobre el propio cuerpo”. A ello hay que agregar que el cuerpo no es asumido por las mujeres con la misma facilidad que lo hacen los hombres, “Hasta para eso hay que tener el cuerpo disponible” señalaba alguna de ellas haciendo referencia a la exigencia de su compañero para tener sexo”.

Otra de las sinergias negativas de salud es “que el coito puede ser una decisión unilateral, no un acuerdo… no existe un diálogo entre hombres y mujeres que permita intercambiar opiniones al respecto”. Algunas de entrevistadas consideran que “las mujeres no todas las noches quieren hacerlo, pero no lo manifiestan a su compañero” y además que “la mujer tiene que tener compresión”, legitimando esa actitud, mientras que otra decía que después de acceder a ello “viene el sentimiento de haber sido usada”.

Otra sinergia negativa está relacionada con la toma de decisión sobre el uso de métodos de barrera; las mujeres no se ven a ellas mismas como la persona que debe tomar la decisión sobre el uso del condón a ello se añade que algunas mujeres “quieren pensar que sus parejas son fieles, al mismo tiempo consideran que hay hombres muy “perros” y que por eso deberían ser ellos quienes deberían cargan con los preservativos, y de paso, hacerse responsables de la salud de la mujer al no llevar a casa ninguna enfermedad”, al respecto, algunas de las mujeres entrevistadas señalaron que son concientes que “el esposo sí puede traer una enfermedad a casa, y que incluso podría llegar a señalar a la mujer por el hecho” (Velandia, 2002).

Aun cuando las personas conocen de la existencia del sida, otra de las sinergias de salud negativas es con respecto al uso que se le debe dar al condón. Las mujeres manifiestan que “el condón es sólo un instrumento para planificación familiar, aun cuando para otras personas sí puede constituir una herramienta para prevenir una infección” expresando de paso que se sentía ajena a la problemática de las ETS gracias a su estatus de mujer casada. Es evidente que para algunos de los hombres entrevistados por Velandia, la familia y la fidelidad son instituciones que tienen en un concepto muy alto -atravesado por la religión- y que están dispuestos a defender a pesar de las propias opiniones o sentimientos, pero en la experiencia, el hombre al tener relaciones fuera de la pareja asume que está haciendo “lo que un hombre debe hacer y tan solo hay que cuidarse con esas mujeres (trabajadoras sexuales)”.

Al respecto, Velandia (2003) informa que “Se pone en evidencia que muchos hombres hablan mal de las mujeres que utilizan métodos de planificación familiar, pues consideran que están dejando abierto el “territorio” para que otros vengan a usurpar ´su propiedad´. Con respecto a esto último, algunas mujeres manifestaron que ciertos hombres llegan a pensar incluso que si ellas proponen la anticoncepción es ´porque se están guardando para otro¨… ´hay hombres que no dejan planificar a la mujer porque esta se vuelve prostituta´, haciéndose muy evidente la desconfianza y la falta de diálogo de pareja, quizás porque es un tema que se evade; como decíamos antes, el sexo aparece como algo que ´está ahí´ pero que no se debe abordar”.

Conclusiones:
Los hombres aprenden por la tradición que ellos ostentan el poder y en la vida cotidiana, en la escuela y por ellos mismos a ejercer poder sobre las mujeres, a no tenerlas en cuenta en la toma de decisiones, a no reconocer sus emociones, deseos, apreciaciones, necesidades. Reconocen a la mujer como objeto sexual y no como persona; es decir, como alguien que se emociona, tiene una manera particular de entender, comprender, explicar y vivenciar el mundo, por tanto no se la reconoce como sujeta de derechos. Han aprendido a relacionarse en un mundo que plantea relaciones verticales con las mujeres, los(as) menores y aquellos otros hombres que así se lo permiten.

Sin embargo, los hombres pueden, por ejemplo, establecer relaciones diferentes, para ello tienen que darse cuenta que el género se aprende, se emociona y lenguajea, y que por tanto se puede desaprender, emocionar de manera diferente y lenguajear reconociendo a las mujeres, a los(as) menores y aquellos otros hombres que asumen diferentes como seres con quienes se puede experienciar el cotidiano en una convivencia que traspase lo patriarcal y lo matrístico, que afecta sus relaciones cotidianas transformándolas en vínculos democráticos, hacia una convivencia circular y solidaria.

Estos cambios generan emergencias que minan las relaciones de poder patriarcal, posibilitando el encuentro en que se asume al(a) otr@ como un(a) verdader(a) otr@. Movilizando así las relaciones sexistas, homo y lesbofóbicas, para convertirlas en relaciones no excluyentes, de acompañamiento y respeto, reconocedoras de la particularidad y la diversidad de todo orden.

El reconocimiento en las relaciones interpersonales de los(as) enfermos(as) y del riesgo en quienes aun no viven con el sida, como personas valiosas para la sociedad, productivas, sujetos(as) y objetos de afecto, no generará automáticamente el cambio social, cultural y político, pero sí posibilitará un cambio personal y una reflexión investigativa sobre la emergencia de nuevas relaciones menos sexistas y más equitativas entre hombres y mujeres y entre los mismos hombres y las mismas mujeres, y una experiencia más enriquecedora de la salud.

El sida es una oportunidad para experienciar una vivencia diferente del cotidiano, para ser solidario con quienes se asumen o son asumidos(as) como marginales, para establecer vínculos, coaliciones y alianzas grupales y colectivas con hombres y mujeres, que posibiliten, tanto el crecimiento particular, que nos afecte a nosotros(as) mismos(as), a los(as) demás y al entorno social de tal forma que se coadyuve a promover el diálogo por encima de las diferencias, la creación de alianzas y la política de coalición, como también, la retroalimentación y redirección en pos de una convivencia más armónica, solidaria y democrática.
Notas al margen
[1] La cultura se constituye en una forma particular de interrelación entre determinado grupo humano, en la que se hace común una determinada manera de emocionarnos frente al mundo, generando así la posibilidad de construir una identidad propia y diferenciándonos de las demás culturas. Este proceso surge de manera natural y espontánea cuando vivimos nuestra cotidianidad aprendiendo el emocionar de los adultos con quienes nos relacionamos.
[2] El lenguaje nace de la interacción social entre l@s seres humanos y en consecuencia, el lenguaje es un fenómeno social, no biológico. Por ello decimos que el lenguaje es mucho más que un sistema de comunicación simbólica, no es una capacidad individual sino un rasgo evolutivo que basándose en condiciones biológicas específicas surge de la interacción social. Y es en esta interacción entre las diferentes personas donde aparece una precondición fundamental del lenguaje: la constitución de un dominio consensual, es decir, que “los participantes de una interacción social comparten el mismo sistema de signos (gestos, sonidos, etc.) para designar objetos, acciones o acontecimientos en orden a coordinar sus acciones comunes”.

[1] Velandia Mora, Manuel Antonio. Investigador Social. Sociólogo, Filósofo, Sexólogo, Especialista en Gerencia de Proyectos Educativos, Magíster en Educación. Director Fundación Apoyémonos, Colombia.
[2] Preferiría usar el concepto de sistema sexual diversificador como una forma de acentuar la naturaleza única del ser humano y no seguir el juego de que somos “copias” del padre y la madre.
[3] Ver la influencia del pensamiento judeocristiano en: Velandia Mora, Manuel Antonio. (1999). Razones que dan algun@s poc@s de por qué much@s otr@s son como son, en Y si el cuerpo grita… Dejémonos de maricadas. Editorial equiláteros-Apoyémonos. Colombia.
[4] Proveer de explicaciones patológicas a las conductas sexuales.
[5] Existe la posibilidad de cambiar la morfología de algunas de las partes del cuerpo por medio de procesos quirúrgicos y hormonales.
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