jueves, 27 de diciembre de 2007

Una silla azul para la señora

Manuel Velandia Mora
Oficina de prensa
Campaña Velandia acl Concejo
septiembre 22 de 2003

Hace unos días, ingresé por la puerta trasera de un bus trasmilenio. Entre los que abordamos, se encontraba una mujer joven, atractiva, en avanzado estado de gestación y con un bebé de poco más de un año en sus brazos. Una persona sentada en la silla trasera grita, como para que todos los pasajeros oigamos: “¡una silla azul para la señora!”. Acto seguido, alguien que está sentado adelante del bus, en una de las sillas azules que son exclusivas para personas con discapacidades, mujeres preñadas, niños o adultos mayores, se para y deja vacío el puesto. La señora cruza el largo de los dos buses unidos por un fuelle y va al sitio que le han dejado libre, pero primero debe salvar todos los escollos, incluyendo un sinnúmero de pasajeros apretujados unos a otros y el desplazamiento del bus que se hace a una buena velocidad.

El joven que ha gritado pidiendo la silla cree haber cumplido con su misión del día para la convivencia solidaria, ha exigido la silla azul que a la señora, dada su condición, le corresponde. Pero, ¿es realmente este un acto de solidaridad? ¡Claro que no! Por supuesto conocemos la destinación que tienen dichas estas sillas, pero la solidaridad está en apoyar nosotros mismos a aquellos quienes lo necesitan, no en obligar a otros a hacerse solidarios.

En Bogotá la convivencia se ha venido aprendiendo, de eso no existe la menor duda. Algunas personas han aprendido, casi a la fuerza, a ser solidarias. Las vemos hacer fila en la venta de tarjetas para el ingreso a las estaciones del transmilenio; algunas esperan a que otras salgan del bus para ingresar a él… pero no todo es color de rosa. A veces la solidaridad se vive a costa de la comodidad de otros.

Es muy seguro que este joven haya obrado pensando que hacía lo correcto, pero su acción implicaba riesgos adicionales para la señora y su pequeño de brazos ya que al verse obligada a cruzar el bus para tomar su puesto se está exponiendo a una serie de situaciones que la hacen aún más vulnerable; por tanto, el acto solidario es dar la silla en cualquier lugar del bus, sin importar el color que esta tenga.

La solidaridad es uno de los valores necesarios para la convivencia solidaria y democrática. Nuestras emociones afectan nuestras relaciones ya que son ellas los motores de nuestra acción. Obrar desde la emoción del amor es diferente a obrar desde la emoción de la indiferencia. Con el amor, las situaciones del otro realmente me interesan porque el otro o la otra son para mí verdaderos otros y en consecuencia, sus necesidades me importan y yo mismo actúo para resolverlas. Cuando actuamos desde la indiferencia es probable que haya cierto interés por ese otro, pero yo no actúo en consecuencia sino que pongo a otros actuar y si lo hacen o no, asumo que lo hagan es un acto que ya no depende de mí y por tanto, son los otros quienes son insolidarios.

El otro, la otra deben ser reconocidas como auténticos otros. Alguna vez una vecina me dijo: “¡yo no soy racista, yo tengo un amigo negro!”. Yo me quedé pensando en que ese acto de reconocer al otro en su negritud era, en sí mismo, un acto racista. Pasa lo mismo cuando alguien afirma: “¡Yo no tengo problemas con los homosexuales, yo voy donde el que me corta el pelo y a mí no me molesta que él sea así!”. La homofobia y el racismo son actos discriminatorios y por tanto excluyentes. Negar al otro, demarcarlo diferente es un acto de exclusión, de separación social.


Los versos que el otro o la otra asumen no son posturas en contra mía, son expresiones con respecto a la realidad y los hechos que en ella acontecen; sin embargo, no puede negarse que afectan las relaciones sociales. Situaciones tales como la orientación sexual, el color de la piel, el lugar de donde provenga, el tipo de producción en la que labore, el estrato socioeconómico al que pertenezca, el credo, el partido político o la institución en la que haya estudiado son circunstancias en el desarrollo del otro o mías que no me hacen diferente en cuanto a responsabilidad y obligaciones sociales; determinan maneras de entender y explicar el mundo y por tanto, discursos con los que se construye el mundo, maneras de concebir las relaciones sociales y ciertas emocionalidades que son los motores de su acción humana.

La convivencia solidaria y democrática requiere abrirse a entender que frente a un hecho concreto puede haber tantas explicaciones como seres humanos están tratando de explicarla. La convivencia solidaria implica encontrar en esos “multiversos”, en esos múltiples discursos los elementos en común más que recalcar las grandes diferencias que parecen separarnos. Es desde esa común-unidad de versos que logramos unificar ciertos criterios en torno a respuestas que nos favorezcan si no a todos, por lo menos a la mayoría de sujetos; el consenso se construye desde los puntos en común y el disenso desde los puntos diferentes.

Aún en el disenso deberíamos comprender que quienes piensan distinto no lo hacen en contra de nosotros sino en pro de sí mismos o porque asumen que su respuesta realmente es una solución a la necesidad planteada. Deberíamos logran comprender y asumir que otras posibles respuestas son tanto o más válidas que la nuestra, y que no es posible que siempre seamos nosotros quienes siempre tenemos la razón, la respuesta precisa, el camino apropiado. Si lo que buscamos es el bienestar común debemos entonces asumir que las respuestas deber ser comunes, es decir dadas por todos los que en ella puedan estar inmersos y que la verdad es relativa y por tanto probabilística, y en razón de ello hasta nuestras propias verdades no son inamovibles sino cambiantes y dinámicas como lo somos nosotros mismos.

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