Manuel Velandia Mora
28 de agosto de 2006
La calidad de la educación es el resultado de la conspiración (coinspiración), no del sometimiento a la exigencia.
“El problema crucial de nuestro tiempo es la necesidad de afrontar los desafíos desde un nuevo tipo de educación... Se trata de una reforma, no programática, sino paradigmática, que concierne a nuestra aptitud para organizar el conocimiento: conocer lo humano no es sustraerlo del universo sino situarlo en él... Paradójicamente, en la actualidad son las ciencias humanas las que aportan la contribución más débil al estudio de la condición humana... Debemos interrogar al ser humano desde su triple naturaleza; biológica, cultural y social relacional.
La educación necesita ser repensada no solo desde “la iluminación que le prestan las ciencias humanas, la reflexión filosófica”. [Edgar Morin. La Mente bien Ordenada] porque de la educación depende el destino de la humanidad, es decir este depende de la capacidad que tengamos para asumir el desafío frente a “los nuevos modos de ser, de sentir, de pensar, de valorar, de actuar, de rezar”, que necesariamente conllevan, según Leonardo Boff, “nuevos valores, nuevos sueños y nuevos comportamientos asumidos por un número cada vez mayor de personas y comunidades”.
La estrategias educativas aplicadas en el tema de la prevención del sida nos han demostrado que son poco o nada consistentes son los cambios que se han generado en las practicas sexuales de los/las seres humanos. Cabe entonces preguntarnos si el problema no son los contenidos que transmitimos, sino el desconocimiento sobre las sexualidades y los paradigmas desde los cuales se transmite la información.
Con la aparición de la filosofía de Descartes, la modernidad se desarrolló con esta perspectiva cartesiana que tenía como base los mismos supuestos de la antigua tradición griega, que comprendía a los seres humanos como seres racionales. Los rastreos cerebrales médicos posibles gracias a los avances de la tecnología prueban que desde el cerebro sentimos, actuamos y pensamos, razón por la que además nuestro cerebro determina quiénes somos y por tanto nuestra identidad.
Estudios realizados por Humberto Maturana, Daniel Goleman, Antonio Damasio, Claude Steiner, Richard Davison, Tom Jennings y Joseph Le Doux entre otros, demuestran que las emociones juegan un papel fundamental en nuestras relaciones con nuestros semejantes y con el entorno. Durante mucho tiempo se pensó que nuestro cerebro estaba dividido en dos y por tanto también lo estaban sus procesos y funciones; que el pensamiento era una cosa y las emociones otra, y que cuando las emociones interferían en el pensamiento perdíamos grandes posibilidades como seres racionales que éramos. Actualmente se sabe que existe una interrelación, interafectación e interdependencia muy armónica e integrada entre las áreas de las emociones, las áreas del pensamiento y nuestras prácticas. En tal sentido pudiéramos decir que mientras no sea claro el papel que juega el cerebro en los procesos educativos muy seguramente no lograremos comprender el sentido real de la educación y mucho menos aun su papel en la investigación, diseño y aplicación de las estrategias preventivas, informativas y educativas en sida.
Antonio Damasio (1966), neurólogo de la facultad de medicina de la Universidad de Iowa, llevó a cabo estudios en pacientes que tenían dañado el circuito ubicado en la zona prefrontal-amígdala tratando de comprender cuáles eran las consecuencias que se presentaban a partir de ello. Él concluyó que a pesar de que la inteligencia en estos pacientes seguía intacta, las elecciones que hacen son desafortunadas tanto en los negocios, como en su vida personal y pueden hasta llegar a obsesionarse permanentemente por tomar decisiones sencillas, porque han perdido acceso a su aprendizaje emocional; razón por la que pueden considerarse tan inteligentes como la gente que no posee dichas lesiones y razonar con la misma rapidez, pero no pueden tomar decisiones correctas, no aprenden de los errores y no tienen sentimientos de culpa. Desde esta perspectiva como punto de confluencia entre pensamiento y emoción, el circuito prefrontal-amígdala es una puerta fundamental para el almacenamiento de gustos y disgustos que adquirimos en el curso de nuestra vida. Y por la que concluye que las emociones son típicamente indispensables para las decisiones racionales ya que ellas nos señalan la dirección correcta donde la pura lógica puede ser utilizada.
Al perder contacto con las emociones se pierde contacto con el pasado; los recuerdos y las emociones que nos acompañan guían cada una de nuestras decisiones. Todas las situaciones que la persona experiencia en la vida, inevitablemente están relacionadas con algún tipo de emoción. Toda decisión que la persona toma está relacionada por su similitud con una previa. Cuando la persona debe decidir, aparece en su memoria un recuerdo emocional que se manifestará como un presentimiento que lo guiará hacia una u otra opción. Desde esta visión las emociones pueden considerarse un mapa de navegación que nos apoya en la toma de una decisión que emocionalmente determinamos como correcta. Si dicho mecanismo emocional no funcionara la persona quedaría a merced de sus procesos lógicos y estos no serían suficientes para la toma de decisiones.
El cerebro es capaz de generar toda una colección de pensamientos, pero es la emoción la que ocupa el centro de nuestra vida; en consecuencia la vida está regulada por las emociones y la interacción de ellas con los procesos de pensamiento es lo que somos. Más que seres racionales somos seres emocionales que piensan y actúan, ya que en nuestras vidas no hay ningún momento libre de emociones, de ahí la importancia de centrarnos en conocerlas.
Maturana propone que (1977) "Las emociones son en esencia impulsos para actuar, planes instantáneos que la evolución nos ha dado, para enfrentarnos a la vida, lo que sugiere que en toda emoción hay implícita una tendencia a actuar. Es decir, plantea que las emociones son impulsos arraigados que nos llevan a actuar, motivo por el cual los biólogos no dudan en otorgarle a las emociones un papel fundamental en la evolución humana. Dicen que las respuestas emotivas de nuestros antepasados más remotos fueron pieza clave en la supervivencia de la especie: el miedo hace que la sangre fluya con más fuerza hacia los músculos y facilita que huyamos o golpeemos al agresor; la sorpresa aumenta el tamaño de las pupilas y mejora nuestra información visual. Estas tendencias biológicas a actuar están moldeadas además por nuestra experiencia de la vida y nuestra cultura". Este Biólogo afirma “Todas las acciones humanas se fundan en alguna emoción. El amor es una de ellas. Pero también están la agresión, el miedo, la pena, la vergüenza, la envidia, la codicia. De las emociones que surgen en el encuentro con el otro, el/la otre o la otra dependen nuestras prácticas y las explicaciones que a ellas damos.
Cuando estamos en una cierta emoción podemos hacer algunas cosas y otras no, y que aceptamos argumentos que rechazamos bajo otra emoción, porque son las emociones las que definen el dominio de acciones en que nos podemos mover y la lógica de los raciocinios que hagamos para argumentar o para validar lo que escuchamos. Es más, todo sistema racional se erige a partir de premisas básicas que han sido aceptadas apriorísticamente desde una determinada emoción que le subyace. Al hacernos concientes de cómo surgen nuestras emociones tomamos conciencia de nuestros actos y de las explicaciones que sobre ellos hacemos.
Maturana discurre “Todo vivir humano ocurre en conversaciones y es en ese espacio donde se crea la realidad en que vivimos… Los seres humanos usamos el hacer para justificar o negar la emoción donde nos encontramos. Existimos en el entrelazamiento del lenguajear y el emocionar, a este entrelazamiento yo lo llamo conversar, que viene del latín "dar vueltas juntos". Cabría entonces preguntar cómo conversamos sobre el cuerpo, la vida, la sexualidad, el sida?
En el momento histórico que estamos viviendo presenciamos nuevamente una revolución en la forma de comunicarnos con los(as) demás, resultado de importantes innovaciones tecnológicas: el lenguaje electrónico. Este lenguaje ha incidido profundamente en la forma en que convivimos, en el pensar sobre nosotros(as) mismos(as) y sobre el mundo (se eliminan los problemas de la distancia, se revalúa la sincronía y asincronía en el tiempo, las limitaciones físicas ya no son determinantes en la relación con los otros) y en la forma en que ocurre el cambio en la vida humana, tanto que se hace más evidente que el cambio es un aspecto permanente de la vida, por lo cual nada permanece igual por demasiado tiempo. Nuestra sexualidad, nuestra salud y la conciencia que tenemos de ellas son móviles. Nos movemos entre el deber ser socializado, nuestro querer ser particular y un estar siendo que se construye en nuestras relaciones, que depende de la cultura, la sociedad y el tiempo en que las construimos.
Desde la teoría de Echeverría, un postulado inicial con relación a la ontología, es que “cada planteamiento hecho por un observador nos habla del tipo de observador que ese observador considera que es... Hagamos lo que hagamos, digamos lo que digamos, siempre se revela en ello una cierta comprensión de lo que es posible para los seres humanos y, por lo tanto, una ontología subyacente” (Echeverría, 1996), es decir, que cada vez que actuamos o decimos algo, no sólo se manifiesta el objeto sobre el cual actuamos o decimos, sino que principalmente se manifiesta una interpretación de lo que significa ser humano y, por lo tanto, una ontología. La mayor fuerza de la ontología del lenguaje se encuentra en la interpretación que proporciona sobre el individuo, dado que lo trata a él y a su mundo como construcciones lingüísticas, ofreciendo con ello una mayor expansión de posibilidades humanas.
La estructura básica de la propuesta se nutre, según Echeverría, de tres postulados básicos: (1) los seres humanos como seres lingüísticos; (2) el lenguaje es generativo, genera mundos; (3) los seres humanos se crean a sí mismos en el lenguaje y a través de él. Veamos:
Los seres humanos viven en el lenguaje, y éste es la clave para comprender los fenómenos humanos. Sin embargo, es necesario tener en cuenta que los seres humanos no son sólo seres lingüísticos, la existencia humana reconoce tres dominios principales, autónomos pero con relaciones de coherencia entre sí: el dominio del cuerpo, de la emocionalidad y del lenguaje, que igualmente son los dominios de nuestra sexualidad (Velandia, 2004, a).
Pese al reconocimiento de estos tres dominios, se considera desde esta perspectiva que es necesario dar prioridad al lenguaje, por cuanto es a través de éste que reconocemos la importancia de otros dominios no lingüísticos y por que mediante él conferimos sentido a la existencia, afirmando que es lo que nos hace ser como somos. No hay lugar fuera del lenguaje desde el cual se observe la existencia del ser humano.
Como individuos tenemos la capacidad de generarle un sentido a la vida, al cuerpo, a la salud, de interpretaros a nosotros(as) mismos(as) y al mundo que nos rodea. La forma en que damos sentido a nuestras vidas es lingüística; así, nuestra identidad sexual, de género, de cuerpo, de orientación, de expresiones comportamentales sexuales, está asociada a nuestra capacidad de generar sentido a través de nuestros relatos; no podemos separarnos de nuestros relatos y al modificar el relato de quiénes somos, modificamos nuestra identidad.
Además de lo señalado, es necesario tomar en cuenta el carácter social del lenguaje, es decir, que en tanto individuos, somos lo que somos debido a la cultura lingüística en la que crecemos; el individuo no sólo es una construcción lingüística, sino también social, cultural y espacio temporal.
Las formas como conferimos sentido y como actuamos descansan en un trasfondo de relatos e historias generadas en la comunidad y en sus prácticas vigentes. Nos constituimos siempre dentro y a partir del trasfondo de esos discursos históricos (metarelatos) y de esas prácticas sociales.
Como ya lo hemos anotado, por mucho tiempo ha prevalecido la postura según la cual el lenguaje nos posibilita hablar sobre las cosas; es un instrumento que nos permite describir lo que percibimos o expresar lo que sentimos, y con ello se ha asumido como una capacidad pasiva. En esta medida, la realidad se convierte en antecesora del lenguaje y éste como el mecanismo para dar cuenta de ella. Desde una nueva perspectiva, basada en los desarrollos ya comentados, se hace un reconocimiento del lenguaje no sólo desde la posibilidad de hablar sobre las cosas, sino fundamentalmente como lo que hace que sucedan las cosas.
En esta medida hay una transición del lenguaje pasivo a un lenguaje generativo: el lenguaje no sólo permite describir realidades, también las crea, genera ser. La forma en que una realidad externa existe para cada ser humano es lingüística; cuando algo se convierte en parte de nuestras vidas, cuando la realidad externa existe para nosotros(as), ya no es externa y la hacemos existir para nosotros(as) en el lenguaje. El sida, la salud, nuestras relaciones existen en el lenguaje como también la prevención existen en el lenguaje.
Al conceder al lenguaje la característica de ser generativo, decimos que es acción, es decir, que no sólo a través de él hablamos de las cosas, sino que nos brinda la capacidad de alterar el curso de los acontecimientos: hacemos que las cosas ocurran, creamos realidades, modelamos el futuro, nuestra identidad y el mundo en que vivimos. Por ejemplo, al decirle sí o no a alguna persona que nos está proponiendo algo, un intercambio genital por ejemplo, creamos opciones diversas, abrimos o cerramos posibilidades para sí mismos(as) y para otros(as), interviniendo activamente en el curso de los acontecimientos.
La forma como operamos en el lenguaje es el factor que define la manera como seremos vistos por los(as) demás y por nosotros(as) mismos(as). Distintos mundos emergen según el tipo de distinciones lingüísticas que seamos capaces de hacer y de las formas de relacionarlas entre sí.
Teodoro Pérez afirma que cuando decimos que el lenguaje genera ontológicamente, es decir, genera ser, da ser a las cosas, nos referimos a que “cuando hacemos descripciones del mundo, de los demás o de nosotros mismos, lo que hacemos es operar formulando distinciones.
La distinción es una separación que hacemos en el lenguaje, de un determinado fenómeno del conjunto de nuestras experiencias. Las distinciones son obra nuestra. Al hacerlas, especificamos las unidades, entidades y relaciones que pueblan nuestro mundo. No podemos observar algo para lo cual no tengamos una distinción. Vemos con nuestros ojos pero observamos con nuestras distinciones. Las cosas no tienen nombres, nosotros se las damos, y en ese proceso las constituimos en la distinción en lo que para nosotros son” (Pérez, 2001).
Lo anterior implicaría que al educar se haría necesario hacerlo de nuevos paradigmas. El cambio de paradigma supone un modo nítidamente nuevo de enfocar antiguos problemas. No podemos solucionar los problemas actuales con las soluciones de ayer porque eso estaría indicando nuestra incongruencia y, tal vez, nuestra testarudez y nuestra falta de ética con nosotros(as) mismos(as) y con los demás.
La aplicación de la teorías sistémica y del lenguaje como generador de mundos posibilita comprender a los(as) seres humanos(as) como sujetos(as) en permanente construcción de sí mismos(as) y por tanto en continua movilidad de sus identidades y de las de los(as) demás.
El/la sujeta aun cuando ser único(a) se siente, asume y experiencia a sí mismo(a) como un ser escindido en múltiples posibilidades en lo pertinente a los diferentes aspectos de su ser-sistema. La sexualidad a su vez puede comprenderse desde y en diferentes contingencias: género, cuerpo, sexo, orientación sexual, expresiones comportamentales sexuales.
La cultura, la sociedad y las relaciones sociales, construyen un “modelo” del “deber ser” de la sexualidad, sin embargo cada persona construye en base a ese modelo su propio modelo de la que sexualmente “quiere ser” pero en la práctica y por las necesidades propias de la convivencia y la socialización se ve obligada a “estar siendo”, que es el producto de las relaciones simbólicas entre el “deber ser” y el “querer ser” o más concretamente entre la cultura y la sociedad y lo que yo identifico de mi mismo(a).
El ser humano es un sistema vivo y como tal autopoiético, es decir tiene la capacidad de autogenerarse constantemente. Las sexualidades son las emergencia de interacciones contextuales[2] de ordenes biológicos, emocionales (psicológicos, éticos, religiosos y espirituales), sociales (económicas, políticas, laborales y jurídicas), culturales (tradiciones, costumbres, mitos, representaciones) y relacionales (se es en virtud de las relaciones que se establecen); se expresa en conocimientos, prácticas, comportamientos, actitudes, creencias y valores. Las sexualidades se definen como dimensiones fundamentales del hecho de ser humanos(as).
La educación para la sexualidad es un proceso de preparación de las personas, a lo largo de su vida, para el encuentro libre, responsable y pleno con su sexualidad y con la de los/as demás. Dicho proceso conlleva la apropiación de experiencias, emociones y conocimientos que redundan en habilidades, actitudes, valores, prácticas y comportamientos que favorecen el ejercicio de los derechos sexuales y los derechos reproductivos, a partir de un desarrollo integral como personas, ciudadanos y sujetos de derechos que viven su sexualidad de una manera plena, enriquecedora, placentera y saludable, desde una perspectiva de derechos, es decir, en equidad, sin discriminación, violencia, estigma, exclusión, separación social o abuso de sí mismo/a o de los/as demás (Velandia, 2004, b).
La educación para la sexualidad debe apoyar la construcción de subjetividad y posibilitar el re-conocimiento de las propias capacidades, la asunción de los derechos, la preparación emocional para asumir los diferentes procesos particulares, relacionales y sociales, y la obtención de servicios cuando ello sea necesario. El sida es una emergencia de la manera como vivimos nuestra sexualidad, al educar para la sexualidad educamos para la vida, para la salud.
El conocimiento no es algo que quien es facilitador, informador, tallerista, conferencista, maestro, docentes o educador tiene y deposita en el otro comprendido como un vacío del mismo; el conocimiento es la emergencia de la interrelación, interafectación e interdependencia entre el conjunto de todas las personas que conforman la comunidad educativa y de estas con el entorno y de este con dichas personas. El conocimiento se alimenta de las emociones, experiencias y demás saberes preexistentes en cada uno de los interlocutores y surge en el mismo momento de dicho encuentro o desencuentro.
Prevenir entonces no consiste en proveer conocimiento o información sino en posibilitar en el momento del encuentro con el otro, el/la otre o la otra un espacio intimo y particular para la reflexión y la validación de cada una de las situaciones que nos hacen vulnerables y de las emociones y explicaciones que nos surgen ante dicha situación. Prevenir es un acto interpersonal pero sobre todo un encuentro conmigo mismo(a).
Bibliografía
· Damasio, A. (1996). El error de Descartes. Barcelona: Editorial Grijalbo.
· De Gregori, W. (2003). Construcción familiar-escolar de los tres cerebros. Bogotá: Editorial Kimpres Ltda.
· Echeverría. R. (3ª Ed.). (1996). Ontología del lenguaje. Santiago, Chile: Dolmen Ediciones.
· Humberto, Maturana (1977). Maturana, H. (1997). Emociones y lenguaje en educación y política. Bogotá: Dolmen.
· Morin, Edgar (,2000) La mente bien ordenada. Colección: Los tres mundos, Barcelona: Seix-Barral
· Teodoro, Pérez (2001). Convivencia solidaria y democrática. Nuevos paradigmas y estrategias pedagógicas para su construcción. Bogotá, Colombia: Instituto María Cano
· Velandia Mora, Manuel Antonio (2004). Estrategias para la Formación en la Convivencia Democrática, Bogotá, Colombia: Pontificia Universidad Javeriana.
· ---------------------------------------------- (2004). Salud sexual y salud reproductiva, Modulo VI. Bucaramanga, Colombia: Secretaría de Salud de Santander/ UDES.
[1] Velandia Mora, Manuel Antonio, sociólogo, filósofo, magíster en educación, 24 años de experiencia de trabajo en sida, investigador social, miembro titular de la Sociedad colombiana de sexología, exDirector de la Revista Latinoamericana de sexología, investigador-docente, Universidad Cooperativa de Colombia, Escuela de Postgrados, Bogotá, Colombia.
[2] El mundo es relacional y los seres humanos (sistemas) que lo componen tienen identidad en virtud del tipo de relaciones que establecen y en las cuales están inmersos, y de las propias e inherentes particularidades que los determinan como personas y les permiten distinguir-se de los demás.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario