Manuel Velandia Mora
Al Concejo de Bogotá
Oficina de prensa
18 de noviembre de 2003
En un matrimonio pareciera que no solo son importantes los contrayentes sino hasta los invitados, la comida y la iglesia en que se celebra.
Estoy bastante sorprendido del ejercicio ciudadano de la política de las lesbianas y homosexuales que hacen campaña en Bogotá. La participación en las pasadas elecciones me dejó conocimientos y reflexiones importantes que me han permitido confirmar mi sospecha de que en Colombia no hay un movimiento gay; por tanto, los candidatos y candidatas no representan las ideas de un sector sino sus propias ideas de lo que pareciera necesitar dicho sector.
Hay una clara diferencia entre la participación de las lesbianas y la de los homosexuales. Ellas, según pude observarlo, tienen una construcción teórica y política mucho más clara y seria que la de ellos. A estos en cambio parece preocuparle más la estética del cartel y la vida sexual de los candidatos. Tan solo el sector de los y las más jóvenes parece estar interesado en las necesidades reales que tienen como personas y como sector social. Me sorprendí gratamente al escuchar sus interpelaciones. Los jóvenes entre los 18 y los 23 años no solo pertenecen a una generación con intereses muy diferentes a los de homosexuales y lesbianas con mayor edad, sino que además están interesados en temas que a los hombres con similar condición de orientación sexual no parecen preocuparles.
Otro grupo poblacional con ideas mas claras en cuanto a necesidades y oportunidades de la participación social es el sector de los y las trans. En especial me encontré con un buen número de transvestis clientes de bares del centro y sur de la ciudad (Bogotá) que son claros en no sentirse representados por ciertos “lideres homosexuales quienes ni siquiera se aparecen para hablar con ellos para invitarlos al carnaval”. Su reclamo más frecuente es que aun cuando son “más auténticos en sus expresiones y dan la cara con mayor tranquilidad siempre pretenden esconderlos y negarles su posibilidad de ser como desean ser”.
Creo que en sus apreciaciones estas personas tienen toda la razón. Sobre su presencia en el carnaval que organizan en Bogotá son bastante generalizadas las quejas de quienes ven en ellos el motivo del estigma y la discriminación. Es evidente que los problemas de identidad por los que atraviesan al mayoría de los homosexuales hace que vean en los otros y las otras una extensión de sí mismos, una representación de aquello que temen ser pero que a puertas cerradas en una fiesta de apartamento y con algunos tragos en la cabeza, algunas veces con solo el aplauso de sus amigos, se autorizan a ser.
Por el lado de las candidatas lesbianas en el distrito capital observé más un oportunismo que una posición seria en cuanto al tema de los derechos de las minorías sexuales. Las vi muy activas en sus campañas en los bares del norte, en especial los de La Calera. Sus propuestas aun cuando bastante “asexuadas” estaban mas encaminadas al “gayset” criollo. También pude darme cuenta que las lesbianas, quienes no son las clientas más asiduas de dichos lugares, poco o nada estaban interesadas en sus propuestas, lo que me deja en una duda: si el problema es de géneros o que no reconocen en ellas un discurso femenino lésbico y por tanto, las vieron más como oportunistas que como líderes.
En Bogotá fue importante el número de homosexuales quienes presentaron al escrutinio sus aspiraciones como ediles. Hasta donde tengo entendido ninguno entre los más de veinte que conozco salió elegido y dos, cuyos trabajos son bastante reconocidos, perdieron su investidura lo que me hace creer que a ellos al igual que a otros candidatos y candidatas les afectó hacer conocer públicamente su orientación sexual.
Y es aquí donde debemos preguntarnos si la condición sexual de un candidato es tan importante como para que las y los electores heterosexuales se decidan a votar en su favor o no hacerlo. En mi caso concreto siento que en el caudal de votaciones fue mayor el número de heterosexuales, trans y de lesbianas que el de homosexuales. Y que las personas heterosexuales, quienes fueron mis votantes, reconocen en mí la tradición de un trabajo en los temas del sida, los derechos humanos, las minorías sexuales y el discurso de género. Inclusive es evidente que para muchos fue un motivo de duda, al momento de tomar la decisión, que hiciera parte de la lista de un partido tradicional.
Los partidos más que tradicionales son permanentes, lo que los hace tradicionales no son las banderas desde las cuales luchan. Del Partido Liberal reconozco la importancia que ha tenido la participación de Piedad Córdoba y otros directivos, pero cabe destacar el apoyo obtenido de los Secretarios Generales tanto a nivel nacional como del Directorio Distrital. Siento que tanto El Polo como el Partido Liberal han avanzado en nuestro reconocimiento y que la lucha que llevamos a cabo para lograr el reconocimiento de las minorías sexuales como un sector social con plenos derechos al interior del partido liberal ha tenido sus frutos. Es cierto que ninguna de las personas quienes tomamos la vocería de este sector salimos elegidas pero debemos reconocer que trazamos el camino para quienes detrás de nosotros puedan asumirse plena y públicamente desde su orientación homosexual o lésbica e inclusive como trans. Esta es la mayor ganancia obtenida en las pasadas elecciones.
Probablemente en unos años nadie se acuerde de nuestros esfuerzos pero para quienes en los años venideros se interesen en participar se ha abierto caminos que harán mucho más fácil su labor.
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