Manuel Velandia Mora,
05.06.2002
Los Derechos Humanos entendidos como Derechos Sexuales[1] son:
1. Al reconocimiento y aceptación de sí mism@ como hombre o como mujer y como seres sexuados.
2. A la igualdad de Género.
3. Al fortalecimiento de la autoestima, la autovaloración y la autonomía para lograr la toma de decisiones en torno a la sexualidad.
4. Al libre ejercicio de la orientación sexual.
5. A elegir las actividades sexuales según sus preferencias.
6. Al ejercicio de su función sexual en su modo erótico y reproductivo.
7. A la Educación sexual positiva.
8. A espacios de comunicación familiar y escolar para tratar el tema de la sexualidad.
9. A la intimidad personal, la vida privada y al buen nombre.
De estos nueve derechos tal vez ninguno se goce plenamente, menos aún por aquellos y aquellas quienes pertenecen a las minorías sexuales. El reconocimiento de los derechos humanos y sexuales requiere de la construcción de dos elementos que se conjugan e imbrican permanentemente: la identidad particular y la identidad social. Para poder cimentar la identidad particular se requiere de ciertas condiciones de las cuales quienes pertenecen a una minoría sexual no gozan, es decir, de espacios positivos que les permitan ser, del reconocimiento social y de su propio autoreconocimiento.
Para Ser se requiere de la libertad de poder Ser y esto no se puede experienciar si se hace imposible ejercer la autodeterminación. Se ha idealizado un “modelo” que se ha convertido en el imaginario social. Este “deber ser” posee contenidos éticos y morales marcadamente judeocristianos que se identifican plenamente con lo heterosexual, machista, falocrático y masculino. El “deber ser” no se evidencia como un referente explicito en documentos escritos sino que se vivencia, aprende e introyecta en las experiencias de la vida cotidiana teniendo como vía los medios masivos de comunicación y la tradición oral en la escuela, la familia y la iglesia y se repite en.
Asumirse en las homosexualidades, lesbianidades, bisexualidades, como ser transgénero o en las intersexualidades implica transgredir el “deber ser”[2] para experienciarse en un “querer ser” que, aun cuando retoma de dicho modelo, en la vivencia particular se aparta de él. Por ser seres sociales, quien asume su “querer ser” como aquello que ha decidido ser, al mismo tiempo que se auto-construye una identidad particular crea las condiciones para ser entendido y reconocido, desde la identidad social, como ser marginal.
Los derechos humanos y sexuales de quienes pertenecen a una minoría sexual se vulneran porque desde el “deber ser” se torna difícil asumir cualquier identidad que manifieste una ruptura ya que el reconocimiento implicaría aceptar que aquello que se ha asumido como lo verdadero, normal, correcto y sano, no lo es. Es decir, aceptar que el “deber ser” existe como un referente particular y que cada individuo tiene el derecho, desde su libertad y en el ejercicio de su autodeterminación, a construir y experienciar su propio modelo.
La pregunta que nos surge es ¿Por qué se nos hace tan difícil aceptar la diferencia y vulneramos los derechos hasta el punto de la estigmatización, la discriminación, la amenaza de muerte, la desaparición o el asesinato de aquellos y aquellas que no actúan en el “deber ser”? La construcción de una sociedad centrada en la libertad, la autodeterminación y por tanto en la equidad, el pluralismo y la solidaridad, son los puntos claves para una convivencia democrática. Para llegar a experienciar la democracia como un ethos, como una manera de vivir y convivir, y por tanto, como cultura, se hace indiscutible la necesidad de comprender no solo como se suceden las relaciones sociales sino sobre todo y en especial como éstas se vivencian.
Para una sociedad eminentemente positivista, como la nuestra, que interpreta la realidad con un método que se sustenta en la idea de que lo más práctico para hacerlo es la simplificación y considera que del mundo natural y social pueden conocerse las leyes que lo rigen si se descomponen y analizan sus partes, evidenciando por qué las relaciones y la identidad se explican a partir de un orden cuyas conexiones son aparentemente lineales; razón por la que se piensa que si se nace hombre, entonces se es masculino, heterosexual y machista, llegando al extremo de considerar que si no se cumple con las estas condiciones entonces ya no se es hombre sino que se es mujer. Pero que si se es mujer, (de origen o por negación) entonces serlo debe realizarse siguiendo los patrones de una cultura falocrática y sexista en la que el poder se centra en lo masculino y las relaciones en el machismo.
La sociedad que conformamos ha idealizado la razón al punto de definirnos como seres racionales, y en efecto lo somos, olvidando que como seres biológicos somos eminentemente emocionales y que nuestras relaciones e identidad se vivencian en el entrecruzamiento de la razón y la emoción.
Dependiendo de la emoción en la que nos encontramos en algunos momentos aceptamos o no las vivencias de los demás y las nuestras, pero de igual manera es desde el dominio de las emociones que funciona la lógica de los raciocinios que hacemos y por tanto las explicaciones que damos. Por ejemplo, para una madre generalmente el “deber ser”, como premisa básica que ha aceptado apriorísticamente, prima en la explicación de lo que su hijo e hija debiera ser, sin embargo, desde su emocionar o mas concretamente desde su amor puede construirse una explicación distinta y desde ella aceptar a sus hijos y la identidad que estos se construyen; lo que nos lleva a entender que frente a una misma realidad existen múltiples explicaciones o versos.
En conclusión pudiera afirmar que una sociedad centrada en la libertad, la autodeterminación y por tanto en la equidad, el pluralismo y la solidaridad solo sería posible cuando cada uno o una deje de entender a la sociedad como “un otro” que se diferencia de sí, es decir como una masa homogénea en la que todos son iguales, y pase a reconocer, asumir y experienciar que cada legitimo(a) otro u otra es único(a) y en su unicidad se hace diferente de sí, y por tanto, el “deber ser” y sus demás vivencias se razonan, experiencian y se emocionan de una manera particular, y en consecuencia se vivencian de tantas maneras como seres humanos hay.
El pluralismo tiene sentido desde el reconocimiento de dicha unicidad al entenderlo como motor y sustento de la diversidad pues reconoce al otro como diferente pues lo que garantiza la democracia es el derecho a pensar, sentir y experienciar desde la posibilidad de la disensión, del “querer ser”. La equidad conlleva legitimizar la diferencia y, en la práctica cotidiana de la vida, aceptar la dignidad de lo particular y por lo tanto, dar de sí a cada uno según su ser y necesidad.
Notas al margen
[1] Un análisis sobre este tema puede encontrarse en: “Los derechos humanos también son sexuales, Los derechos sexuales también son humanos” Velandia Mora, Manuel Antonio. Revista Latinoamericana de Sexología. Edición especial, Volumen 13, 1999, Nº s 1, 2 y 3. Pág. 84 a 89. Bogotá, 1998.
[2] Algunos elementos teóricos sobre el “deber ser” y el “querer ser” pueden leerse en: Velandia Mora, Manuel Antonio. Y si el cuerpo grita... dejémonos de maricadas. Editorial Equiláteros. Bogotá. 1999.
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