martes, 25 de diciembre de 2007

Pensarse en la diferencia

Manuel Velandia Mora
16.05.03


Uno de los problemas que acompañan la discusión sobre los derechos de las parejas del mismo sexo es precisamente la comprensión y aplicación de la definición de lo que el legislador entiende o puede entender por sexo, ya que de ello depende la aplicación que pueda hacer al explicar-se el Artículo 13 de la Constitución, y posteriormente, al concepto de orientación sexual, ya que la Carta Magna hace explicita la no discriminación por razón del sexo pero en ningún momento hace claridad sobre cómo debe interpretarse dicho término.

Dependiendo desde dónde se le explique, el sexo puede ser entendido primero, como definición biológica; segundo, como definición psicosocial; o tercero como una definición en continuo que imbrica y trasciende a las dos anteriores:

Primero. Si sexo es una definición binaria eminentemente biológica, entonces, sexo hace referencia a lo que somos genotípica y fenotípicamente como hembras o machos de la especie, es decir a los rasgos primarios y secundarios que nos caracterizan y diferencian tales como el sexo gonadal, hormonal, el sistema genital externo e interno, la estructura cerebral, la morfología corporal, la estructura ósea, la distribución de las grasas en el cuerpo y la distribución del vello púbico, entre otras. La definición biológica del ser humano concibe la normalidad sexual como inherente y exclusiva del coito vaginal con fines reproductivos[1] y que cualquier posibilidad erótica pene-vagina debe considerarse perversa o patológica siguiendo la tradición judeocristiana[2] de la “medicalización del pecado[3]” que se ha orientado ideológicamente a sustentar que fuera de estas dicotomías y de la practica con fines procreativos no hay salvación (Useche, 2002).

Segundo. Si por el contrario sexo es entendido como definición psicosocial, a la definición de macho y hembra debe sumarse la identidad de género comprendida como la única posibilidad de percepción que tiene cada persona de ser hombre o mujer; y el rol de género, en consecuencia, es la expresión de masculinidad en el hombre o de feminidad en la mujer a partir de lo que la sociedad determina como el “deber ser” con que cada individuo debe identificarse y actuar socialmente.

Tercero. Si sexo es entendido como una definición en continuo, entonces, el concepto imbrica lo biológico a la dimensión psicológica y social de la sexualidad en lo que se concibe bajo la denominación de género. En este caso ya no sólo se habla de hombre y mujer, pensando al primero como masculino y a la segunda como femenina, sino que se entiende que existe una gama de variaciones sexuales.

No solo existen el macho y la hembra; en la especie se presentan igualmente “estados intersexuales que pueden presentarse en el proceso de la diferenciación somatosexual durante el desarrollo prenatal, variaciones que a su vez tienen una expresión particular en los sexos genotípico y fenotípico (Useche, 2002) “No en vano los dos sexos comparten un cromosoma X, hormonas “masculinas” y “femeninas” y hasta un cerebro que hoy sabemos es bisexual y posee diferentes estructuras y regiones cuya masculinización o feminización independientemente ocurre no sólo en la vida embrionaria y fetal sino a lo largo de todo el ciclo vital” (Woodson y Gorsky, 2000).

Desde esta perspectiva el concepto género es una construcción psicosocial ecosistémica que es comprendida, emocionada y experienciada de manera diferente en cada cultura, tiempo, espacio y persona. Razón por la que no deben ser entendidas como categorías exclusivas y excluyentes, sino como estereotipos que las sociedades establecen. El género es un continuo en el que los extremos son lo masculino y femenino y a lo largo de la línea que los une se presentan una serie de variaciones en las que uno de los estereotipos con sus respectivos comportamientos y actitudes puede ser más marcado que el otro o imbricarse de tal manera que, en la experienciación de la personas, desaparecen los limites del estereotipo.

La identidad y rol de género están determinadas por la ubicación del(a) sujet@ en dicho continuo y pueden presentarse de manera permanente o intermitente en cada persona.

Recogiendo lo más importante de lo hasta ahora expuesto, pudiéramos afirmar que desde ésta ultima perspectiva la sexualidad es una definición en continuo; que en la experiencia cotidiana se manifiestan tanto los sexos socialmente reconocidos como también las intersexualidades; que las identidades de género y los roles de género son tantos como personas existen, y que además, éstas identidades y roles no están determinados de manera permanente en las personas sino que pueden cambiar de acuerdo con los procesos emocionales que cada un@ experiencia en el transcurso de su existencia.

¿Cómo se explica la orientación sexual?
Si sexo es una definición que se comprende de forma binaria eminentemente biológica, la sexualidad, que es una dimensión eminentemente humana basada en el sexo, desde esta perspectiva únicamente es posible explicarla desde la posibilidad binaria de relacionamiento macho penetrador-hembra penetrada y por tanto, se excluye cualquier otra posibilidad de relacionamiento entendida con fines no procreativos.

En cambio, si sexo es entendido como definición psicosocial, se evidencia que la orientación sexual “normal” es la heterosexualidad exclusiva en hombres y mujeres ya que debe corresponderse con el “deber ser” tanto de la identidad como del rol de género.

Si se percibe la sexualidad como una definición en continuo, logramos intuir además, que la orientación sexual no puede ser explicada desde el estereotipo heterosexual sino a partir de las posibilidades que se establecen con base en las diferenciaciones de sexo, y las identidades y roles de género. Es decir, que puede comprenderse que emocional y físicamente los seres humanos están en posibilidad de relacionarse no sólo desde la experiencia heterosexual sino también desde la homosexualidad, la lesbianidad o la bisexualidad; en otras palabras, ya no en exclusiva y excluyente posibilidad sino diversidad de ellas.

Si a lo anterior añadimos que cada ser humano es único e irrepetible, podemos entonces recapitular y afirmar que no puede hablarse de la sexualidad como un estereotipo sino de experiencias particulares asumidas por cada persona y por tanto, debe hablarse de sexualidades; de lo anterior se desprende que existen tantas homosexualidades como sujetos experiencian particularmente su homosexualidad y en consecuencia, igualmente existen lesbianidades, bisexualidades y heterosexualidades.

Un segundo problema que acompaña la discusión sobre los derechos de las parejas del mismo sexo, es el interés que ella despierta tanto en l@s directamente implicad@s como en l@s que desde afuera tratan de explicarla. Este tema puede además variar de acuerdo con las emociones que éste suscita en l@s diferentes actores y actrices sociales y en las lógicas que de estas emociones se desprenden, y con las que es entiende, explica y vivencia el mundo.

El mundo de l@s directa o indirectamente involucrad@s puede explicarse básicamente de tres formas, tal y como se ha venido haciendo a partir de Platón y Aristóteles.

La primera de esas lógicas es la objetivista. En ella el mundo de comprende de manera lineal. En este paradigma el conocimiento se obtiene a partir de una ontología en la que la realidad misma, que es externa al sujeto conocedor, es asumida como realidad objetiva externa. El sujeto es en sí mismo, por tanto existe como tal y su actuar debe corresponde con ese ser. En la lógica lineal “A” conduce a “B” y “B” a “C”, de donde se desprende que si el sujeto es macho, debe tener en consecuencia una identidad masculina, razón por la cual debe comportarse en un rol que se desprende de dicha identidad.

La segunda de esas lógicas es la subjetivista. Hace énfasis en las estructuras en las que las relaciones además de lineales son verticales. Desde este paradigma el sujeto tan solo puede ser y actuar de acuerdo con aquello que su estructura corporal determina como la única vía posible de identidad y relacionamiento. El individuo responde a un “deber ser” que es predeterminado biológicamente en una lógica excluyente: el sujeto es “A” o es “B”. Si el sujeto es macho entonces tan solo puede ser aquello que su estructura física y mental le posibilita ser, por tanto “debe ser” además masculino, heterosexual y falocrático.

La tercera de esas lógicas es la del pensamiento sistémico constructivista y la complejidad. Desde este paradigma el ser humano se comprende de manera circular y como una globalidad en la que su parte lógica está directamente influenciada por sus partes emocional y operativa. En su interrelación con la realidad el ser humano produce una serie de procesamientos en los que las emociones juegan un papel determinante en la comprensión y relación con los demás seres, proveyendo un papel primordial al entorno en el que el/ella se encuentra, y los efectos se generan no solo desde sí mismos sino también a partir de las emergencias que se crean en la interrelación, interafectación e interdependencia entre los sujetos y el entorno en el que ellos se encuentran.

Desde esta perspectiva, el ser humano social y cultural es único, irrepetible, trascendente, evolutivo, dinámico e histórico como también presente y al mismo tiempo futuro; se interrelaciona, interafecta e interinfluencia con l@s otr@s y el entorno a partir de sus emociones, de las que además desprende las explicaciones y experiencias con respecto a sí mism@, el resto de las personas y el mundo que lo rodea, de modo que las sexualidades, es decir las orientaciones sexuales, las identidades de genero y sus experiencias son continuos que dependen no sólo de sí, sino también de las emergencias que se generan a partir de sus vinculaciones con las demás personas, el entorno social, cultural y espacial en que se halla inmerso en un tiempo determinado; en consecuencia, su sexualidad no es un hecho terminado sino que está siendo reconstruido en cada momento de la existencia.

Estos tres paradigmas se hallan reflejados en los discursos tanto de los detractores como de los defensores del proyecto. Sin embargo, es vidente que para quienes han sido sujet@s de estigma, discriminación, violencia o separación social existen ciertos puntos de contacto con otr@ excluidos que hace que sus luchas de alguna manera se conviertan o se asuman cercanas a las propias.

Con respecto al interés que el proyecto genera en l@s directamente implicad@s puede entenderse que existe una diversidad de posiciones que se orientan a partir de cómo se vivencian las respuestas a las necesidades económicas, sociales, culturales y políticas.

En primera instancia, si l@s dos miembr@s de la pareja pertenecen a un mismo estrato socioeconómico y este es de un nivel alto, la administración de la economía suele ser acordada de manera explicita por lo que los capitales están claramente definidos, y las ganancias y perdidas previamente negociadas; en consecuencia, aspectos tales como los derechos económicos de la pareja suelen estar predefinidos y además cada una de las personas goza de posibilidades que le hacen asequibles el sistema de seguridad social.

En segunda instancia, si l@s d@s miembr@s de la pareja pertenecen a un mismo estrato socioeconómico y este es de un nivel bajo, la administración de la economía no es un grave problema, ya que en general viven en la pobreza absoluta o en un nivel inferior de riqueza en la que el poco capital suele administrarse de manera solidaria, existen pocos o ningún excedente e inclusive, las perdidas se asumen de manera compartida; en consecuencia, aspectos tales como los derechos económicos de la pareja no suelen interesar demasiado y a lo anterior se suma que las personas que conforman la pareja no suelen gozar de posibilidades que le hagan asequible el sistema de seguridad social por lo que aspiran a que su salud sea atendida por el régimen subsidiado.

En tercera instancia, si l@s d@s miembr@s de la pareja pertenecen a estratos socioeconómicos diferentes las aspiraciones frente a las posibilidades de la ley de parejas son diferentes si se proviene de un estrato socioeconómico de un nivel alto o de un nivel medio o bajo.

La persona que proviene de un estrato medio suele tener mayores aspiraciones de la relación que quien proviene de un estrato bajo. En la clase media en nuestra cultura existe cierto arribismo o interés de subir en la escala social que los lleva a asumir comportamientos con los que pretenden aparentar una posición socioeconómica, así tengan que endeudarse al pretender satisfacer ciertas “necesidades creadas” por los medios de comunicación. Estas personas, más que otras reconocen los beneficios de una ley de parejas teniendo en cuenta que acostumbran buscar un mayor reconocimiento de los efectos que produce una relación, exigiendo mayores prerrogativas económicas y sociales cuyos efectos les favorezcan su ascenso en el juego del escalamiento social.

Generalmente la persona que pertenece al estrato más alto no está interesada en la ley a no ser que sus emociones lo lleven a sentirse enamorad@ de su pareja, razón por la que pudiera pensar en ese momento en desprenderse de parte de su capital, situación que cambia al variar su estado emocional. La persona de estrato alto generalmente tiene bajo su “dominio” a la pareja de estrato menor, hasta el punto de que usualmente esta persona depende económica y en algunos casos laboralmente de ella; para esta persona la ley de parejas se convierte en un estorbo ya que crea prerrogativas económicas y de salud ni siquiera concebidas previamente como derecho o necesidad, generando inclusive, un estado de zozobra desde un principio ante la posibilidad de una relación de pareja en sí misma, dadas las consecuencias económicas legalmente constituidas que la estabilidad de la misma pudiera llegar a generar.

En el caso de la persona que depende económicamente porque no tiene una economía que le sea propia, generalmente ésta se ve relegada a un segundo plano en la vida social de su pareja y a una situación desventajosa en lo que respecta a las finanzas personales y la salud, ya que estas depende exclusivamente de las emociones, y por tanto de los deseos de su pareja. Para estas personas la ley es más favorable que para cualquiera otra en otros estratos ya que se le favorecen jurídicamente algunos derechos económicos y de salud que redundarán en beneficios evidentes a corto y mediano plazo. Este sería el único grupo de personas para las que una relación de pareja establecida en un tiempo, definido por la norma, sería una inversión que les generaría ganancias.

El debate puede contemplarse desde diferentes ámbitos y con diferentes poblaciones y espacios; por ejemplo, los medios masivos de comunicación han publicado un buen número de artículos y entrevistas a partir de las publicaciones de los anuncios publicitarios de la iglesia católica y los grupos cristianos, en los que se leen posiciones de los diferentes bandos; Se ha generado discusión desde entidades como la Defensoría del pueblo y la Veeduría Distrital, y por supuesto el mimo Senado de la República; se han dado ciertos acercamientos desde la academia; se ha discutido en organizaciones de base comunitaria como Planeta Paz, pero al proyecto lo que mas le falta es la discusión de los mismos homosexuales, lesbianas y otras minorías sexuales. No se conoce el pensamiento de quienes están de acuerdo, en desacuerdo o en el medio.

Adicionalmente a lo ya estudiado, el interés que el proyecto genera en las minorías sexuales, en lo que se refiere a participar activamente o no en la discusión del mismo, puede entenderse que sus emociones interfieren directamente en la inclusión, exclusión y heteroexclusión en el debate. Y esta exclusión y heteroexclusión ha conducido a que al proyecto le falte el soporte comunitario, a que el pueblo se movilice, opine, participe, contradiga, aporte, a que las minorías sexuales que puedan ser favorecidas por el proyecto de asuman como verdaderos actores y actrices sociales y en l@s abanderad@s del mismo.

Es evidente que personas consideradas marginales por alguna causa ya sea, cultural, social, económica, política, cognitiva, étnica, regional o directamente por razón de las expresiones de sexo, genero, identidad o rol no son llamadas ni aceptadas en las discusiones de este tipo de proyectos e inclusive, se teme su participación hasta el punto de querer cerrarles las puertas o desear “prepararlos” discursivamente en el “deber ser” de la homosexualidad y la lesbianidad, de tal manera que respondan ante los medios de una manera “correcta”, negando de paso con la exclusión, el mismo discurso sobre los derechos humanos y sexuales desde los que se propone la ley.

Bibliogafía:
Giraldo Neira, Octavio. (2002). Nuestras sexualidades. Impresor Litocencoa, Cali, Colombia.
Useche, Bernardo. (2002). Una crítica a los modelos en que se fundamenta el DSMIV-TR para definir los “transtornos de la identidad de género” y demás problemas sexuales. Ponencia en el XXII Seminario colombiano de sexología y educación sexual. Sociedad Colombiana de Sexología, Pereira, Colombia.
Velandia Mora, Manuel Antonio. (1999). Y si el cuerpo grita… Dejémonos de maricadas. Editorial equiláteros-Apoyémonos. Bogotá, Colombia.
Woodson, J. C., Gorsky, R. A. (2000). Structural sex differences in the mammalian brain: Reconsidering the male/female dichotomy. In Matsumoto, A. Sexual differentiation of the brain. Boca Ratón. Florida. CRC Press.
[1] Preferiría usar el concepto de sistema sexual diversificador como una forma de acentuar la naturaleza única del ser humano y no seguir el juego de que somos “copias” del padre y la madre.
[2] Ver la influencia del pensamiento judeocristiano en: Velandia Mora, Manuel Antonio. (1999). Razones que dan algun@s poc@s de por qué much@s otr@s son como son, en Y si el cuerpo grita… Dejémonos de maricadas. Editorial equiláteros-Apoyémonos. Colombia.
[3] Proveer de explicaciones patológicas a las conductas sexuales.

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