Manuel Velandia Mora
Octubre 1997
Invité a un grupo de mujeres a mi apartamento, todas ellas con algo en común: en los últimos años han sostenido o mantuvieron relaciones afectivas, eróticas y genitales con otras mujeres, se sentían felices de sus experiencias y no tenían algún conflicto por su conducta sexual. Parecía una reunión bastante armoniosa a pesar de que diferían en sus edades, gustos, grupos sociales y su apariencia corporal y de vestido, sin embargo, al colocar un tema específico de conversación, la armonía fue desapareciendo como por arte de magia, incluso, algunas se sintieron molestas con el tema y otras expresaron las desaveniencias surgidas entre ellas mismas. El tema planteado fue ¿Cómo prefieren ustedes que las llamen?
Yo cité algunos términos que me parecen sexistas y discriminatorios que, considero, de ninguna manera logran definirlas, por ejemplo, llamarlas “marimachos” o “machorras”; son alusiones que creo pretenden identificarlas partiendo del preconcepto de que una mujer que asume esta identidad y sus prácticas, es de alguna manera una mujer que renuncia a su papel de mujer y a su rol de género, y en ello estuvieron de acuerdo. Otras jergas, aun cuando tienen estos mismos preconceptos, además presuponen que la genitalidad no es posible cuando no existe un falo de por medio; una palabra bastante corriente desde este imaginario es “arepera”.
En general, a todas les molestaba ser identificadas con dichas palabras y con una genitalidad considerada como propia o exclusiva de hombres, a pesar de ello, una manifestó que le agradaba que en la intimidad “su mujer” la llamara “papito”. A lo que otra respondió que oír esta expresión en labios de su pareja sería una razón suficiente para dar por terminada la relación. Recibiendo de su interlocutora como respuesta, la aseveración “eso es problema mío, es problema de cada una”. Otras dijeron que “eso” era un problema para todas ellas, ya que “por ello era que las llamaban con esos términos tan masculinos y agresivos”. Quiero decir, que particularmente me molestaría que mi pareja o incluso un amigo me llamara en algún momento “mamita”, primero por que yo no soy su progenitora y segundo por que no me asumo de género femenino y menos aún transgénero. A lo que otra me respondió “muy probablemente usted utiliza la palabra “papito”, y que sin embargo mi pareja no era mi progenitor. Por supuesto respondí que sí, pero que una cosa es ser “papito y otra “mamita”. Aun cuando no lo dije, considero que a las mujeres a quienes llaman “papito” tampoco se consideran progenitores de sus parejas, o sea que si les gusta ser llamadas de esta manera muy seguramente es porque se asumen al interior del género masculino.
A algunas mujeres ser llamadas “gay” les parece “elegante” pero para otras es simplemente un extranjerismo que no tiene sentido, otra opinó “lo mío no siempre fue alegre”, incluso una de ellas considera que es una palabra para hombres, por tanto prefiere llamarse “homosexual femenina”, yo pregunté: ¿Sí una mujer presenta comportamientos masculinos, entonces sería una mujer homosexual masculina? Algunas sonrieron, pero otra se molestó fuertemente, ella afirmó “una mujer siempre lo será, y no deja de ser femenina aunque en algunos momentos su comportamiento no lo sea tanto”. Otras opinaron que no se puede negar que algunas mujeres se visten y se comportan de manera masculina.
Sin embargo, el debate se orientó desde la afirmación de una de ellas, quien piensa que “homosexual, es un término que socialmente refleja una conducta sexual de hombres”. Varias estuvieron de acuerdo en que prefieren ser nombradas con esta denominación que con algunas otras, pero no todas estaban de acuerdo, otras consideraban que llamarlas homosexuales era desconocer en ellas “una sexualidad diferente”.
Yo pregunté si era posible encontrar una palabra con la que todas pudieran estar de acuerdo para hacer referencia a su práctica y a su conducta. Me asombró el silencio absoluto, las miradas se cruzaron una y otra vez, pero no surgió alguna propuesta.
Como broma, pregunté si ellas que eran mujeres de esta época preferirían llamarse “Mitelenes”. Ninguna entendió mi comentario, probablemente porque no conocían que la isla griega que en la antigüedad se llamara Lesbos, lleva hoy ese nombre. Muy pocas conocían la historia del término “lesbiana”, algunas creían recordar que Lesbos era una “poetisa griega”, una de ellas aclaró que la poetisa era Safo y que la isla en que vivía se llamó Lesbos, pero pensaba que ella escribía poesía que tan solo hablaba de las relaciones entre mujeres; lo que todas ignoraban era que Safo poseía una escuela en aquella isla y que quienes iban allí eran mujeres, que eran iniciadas en la poesía y en la danza, como era la costumbre para las jóvenes helenas. Lesbos era una isla prohibida para los hombres.
También les comenté sobre el renacimiento y el “batallón volante” de Catalina de Médicis y de cómo en Francia, en el siglo XVIII, la reina María Antonieta auspició la creación de sociedades devotas de Safo, a las que llamaron Anandryne, que quiere decir anti-hombre. La presidente de esta asociación fue una célebre actriz llamada Mademoiselle Rancourt, y figuraban, con cargos importantes, damas como la duquesa de Villeroy, la princesa de Lamboalle, la condesa de La Mont, la condesa Jules de Polignac y la reina, a este grupo de mujeres las llamaron lesbianas y se reunían en el palacio propiedad de madame de Furiel.
Aun cuando ser lesbiana estaba relacionado con la nobleza, a la mitad de las presentes en la reunión citada les parece un nombre “terrible”. Lesbiana les suena despectivo y discriminatorio, aunque a otras les parezca el nombre adecuado e incluso el término “políticamente correcto”. Una de ellas me dijo sonriente “Yo prefiero me llames linda” y en verdad lo es, pero no todas son lindas, no todas se lo merecen.
Así que de nada sirvió preguntarles. No tengo respuesta, no logro captar cómo desean ser llamadas y aun cuando sé que políticamente, y mientras logre un consenso para usar otro nombre, seguiré llamándolas lesbianas, también me quedó claro que el lenguaje en cuanto a las mujeres y su sexualidad es tan árido y desértico como mitelene, que esta, sumada a otras no tan explícitas razones, es el fundamento por el cual para ellas “esto no tiene nombre”.
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1 comentario:
no necesitamos un nombre que nos estigmatize, una parte del lenguaje que haga referencia a un rol en nuestras vidas, pues somos mas que un nombre social a una conducta sexual
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