Por Manuel Antonio Velandia Mora
España, Mayo de 2011
Ricardo, un colombiano de 37 años, es uno de los rostros de una amenaza de la que mucha gente ha oído hablar, pero no ha visto materializada: ser resistente a los tratamientos farmacológicos.
Por años, Ricardo Montes* vivió una historia de patologización. Primero fue su madre, quien le hizo asumir su vida como si hubiera nacido enfermo. A ella se sumó su padre, después vinieron los compañeros de clase, los vecinos y hasta el sacerdote del barrio. A sus 17 años, huyó de su pequeño pueblo en Santader, Colombia, hacia la capital, Bogotá, para poder ser lo que siempre había querido ser: un hombre homosexual, profesional, con una pareja estable y con la vida económica bien resuelta.
Durante una entrevista que recientemente mantuvimos Ricardo aseguró que lo logró todo, pero que nunca imaginó que en el amor encontraría su perdición. Según dice, cuando vio caminar con su ritmo pausado a quien hasta hace cinco meses y tres días fue su pareja -y experimentó la sensación de haber sido atravesado por su mirada verde intensa-, se deslumbró con sus maravillosos dientes blancos y quiso dejar perder sus dedos entre sus cabellos enredados, aun cuando lo que menos pensó fue que esta sería la primera de muchas veces en las que rompería sus normas y aceptaría tener relaciones sin condón.
“¿Quién puede resistirse al impulso del amor?”, aseguró entre triste y nostálgico; “¿quién puede negarse ante la posibilidad de tener lo que siempre ha deseado?”, continuó. “¿Quién puede decirle que no a alguien que sabe cómo enredarte en sus palabras al mismo tiempo que te hace sentir el ser más maravilloso del universo?”. Por un momento, sus expresiones me recordaron la misma expresión que he escuchado en hombres y mujeres cuando descubren que portan el virus de inmunodeficiencia humana que causa el sida, VIH.
“Caí como un tonto... Lo peor de todo es que no me arrepiento, pero tampoco puedo negar que me siento algo culpable; no solo he oído hablar del sida, también sé perfectamente cómo se transmite y no se trasmite; es más, durante un tiempo fui voluntario en una organización que trabaja en este tema, pero luego de conocerlo me fui alejando de todo, incluso dejé a muchos de mis amigos y me entregué por completo a Alfonso, me entregué por completo, de cuerpo y alma... ¡sin ninguna barrera!”, afirmó Ricardo como quien reflexiona en voz alta.
Después de un momento de silencio, Montes recordó a Alfonso, su pareja durante 14 “cortísimos” meses, quien enfermó rápidamente. Recuerda Ricardo que cuando decidieron consultar al médico fue demasiado tarde. “El virus ya había invadido todo su cuerpo y las infecciones oportunistas siguieron unas a otras, por eso no pudieron darle medicamentos inhibidores del VIH.”.
Ricardo no quiso hacerse ninguna prueba para detectar en su organismo la presencia del “bicho” (así se refiere al virus), aunque, afirma que estaba seguro que se encontraba infectado. “Preferí esperar y acompañarlo, estuve con él hasta su muerte, vino rápido, mucho más rápido de lo que habíamos pensado”, agregó.
Cuenta, además, que lloró dos días sin parar. “Permití que fluyera hasta la última de mis lágrimas y creo que no sólo lloré por él, sobre todo lloré por mí, porque me sentí solo, porque me negaba a que me hubiera abandonado y sobre todo porque al decidir dejar Colombia, también dejaba mi trabajo, mi apartamento y a mi madre”.
Ricardo se mudó a España y no precisamente para buscar apoyo. Fue tres meses después de haber llegado a ese país que pidió por teléfono una cita para el counseling en una organización de hombres homosexuales. Dice que quien lo atendió para darle apoyo emocional le preguntó si quería saber si estaba infectado o no. Él dijo “sí” y unos minutos después le hicieron una prueba diagnóstica la cual fue con una pequeña gota de sangre. “Mientras hablábamos yo casi no oía nada, estaba seguro que sería reactiva. Unos treinta minutos después de haberme sangrado me dio el diagnóstico, fue positivo”. El hombre que le atendió le sugirió ir a la consulta médica y confirmar el diagnóstico.
Montes aceptó el acompañamiento. “Fuimos juntos al hospital, me hicieron una consulta médica, me tomaron una muestra y debí volver dos días después por el resultado”. Le dijeron que deberían confirmar el diagnóstico y que en caso de que fuera positivo le harían otras pruebas. Pasada una semana le informaron que debería hacer una prueba de resistencia a los medicamentos inhibidores del VIH.
El médico le informó que los virus que estaban en su cuerpo tenían la mutación Q148R combinada con las resistencias E138K, G140A y V541; que éstas se asocian con un nivel alto de resistencia a inhibidores de la integrasa (un tipo de medicamentos que inhibe la multiplicación del virus del sida). “Mejor dicho, mutaciones en la estructura del VIH que suelen observarse después de un fracaso a largo plazo”, agregó.
Enfrentar “la resistencia”
Luego de meditarlo por un tiempo, Ricardo Montes asumió que su ex pareja se había infectado con alguien que era resistente a los medicamentos o había hecho un mal uso de estos “porque muy seguramente no era muy adherente al tratamiento y por eso tenía esas mutaciones que los hicieron a ambos resistentes a los retrovirales”.
Aseguró además que no sabía cuál fue la causa, pero “si él debía tomar medicamentos yo nunca lo vi hacerlo. Tampoco sé qué significan esas letras y números, pero tengo claro que no me sirven todos los medicamentos existentes”. El problema al que se enfrentó desde ese momento fue su resistencia a algunas de las posibilidades de tratamiento existentes, lo que hace que tenga menos opciones terapéuticas farmacológicas, por lo que le fue recomendado continuar con el apoyo emocional.
“Estamos hablando de una amenaza que nunca pensé que me pudiera afectar. Para mí es extraño pensar que la resistencia a unos medicamentos pueda transmitirse a otra persona, pero la resistencia antimicrobiana es una amenaza silenciosa que puede afectar a cualquiera”, agregó Ricardo con un rostro de preocupación.
Este virus no es el único “resistente”
La medicina ha registrado que no solo se puede ser resistente a los medicamentos que inhiben la presencia del VIH en la sangre, un ejemplo es la resistencia de las bacterias a los antibióticos lo cual se conoce desde hace varias décadas. Pocos años después de que fármacos para este virus empezaron a administrarse, la resistencia era ya evidente. Durante los últimos treinta años el problema de la resistencia a los antimicrobianos ha sido un foco de atención para profesionales médicos, especialistas en salud pública e incluso para organizaciones de consumidores.
Los esfuerzos de los gobiernos y las asociaciones comunitarias para que ello no suceda han aumentado pero los cambios todavía no son proporcionales a la magnitud de la amenaza. Al menos así lo registra el material informativo de ReAct Latinoamérica “Cuidar y Curar: Comprendiendo la resistencia bacteriana a los antibióticos”.
Por su parte, La Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Uppsala en Suecia ha comunicado por intermedio de ReAct Global que “la situación es grave puesto que hay un déficit de información que demanda una respuesta urgente por parte de activistas, instituciones y agencias relacionadas con la salud”; además, hay poco presupuesto público para financiar investigaciones al respecto pues la resistencia involucra a diversos patógenos, que son transmitidos de diferentes maneras y que causan una amplia variedad de enfermedades.
A esto se le suma que en los países donde los fármacos de segunda o tercera generación son accesibles, se ha cambiado la terapia a los nuevos antibióticos cuando los niveles de resistencia a los antiguos han llegado a índices ‘incómodamente’ altos. Esto conlleva serias implicaciones porque disminuye las posibilidades de tratar las enfermedades infecciosas exitosamente.
Actualmente los más vulnerables son aquellos con su sistema inmunológico deprimido: pacientes oncológicos, niños desnutridos y personas con VIH (como Ricardo), quienes por razones de supervivencia frecuentemente necesitan acceso a una terapia efectiva que prevenga y trate las infecciones severas.
Una persona seropositiva para el VIH que recibe tratamiento con antivirales reduce el riesgo de su transmisión en un 96%, según un estudio publicado por United States National Institutes of Health, el pasado 12 de mayo. Este avance de gran importancia supondrá una revolución en la prevención de esta enfermedad, pero para las personas que viven con el VIH que tienen acceso al tratamiento y que no hacen un uso adecuado de sus medicamentos y para sus parejas en relaciones sin condón esta opción disminuye considerablemente.
El uso adecuado de los medicamentos es esencial en la lucha ante este desafío de salud pública. Una de las causas para la pérdida de efectividad de los antimicrobianos es la generalización del uso inadecuado, debido a una selección equivocada, a un tratamiento acortado por el alto precio de los fármacos o a que las personas abandonan el tratamiento cuando sienten que sus síntomas ya han pasado, o no siguen los lineamientos que el medico les sugiere para la toma adecuada de los mismos.
Las exhaustivas recomendaciones sobre uso adecuado de antibióticos, realizadas por la Organización Mundial de la Salud chocan de frente con su aceptación y aplicación por parte de las autoridades de cada país. En Colombia, el Instituto Nacional de Salud investiga sobre dichas resistencias pero sus esfuerzos requieren un mayor presupuesto, es necesaria una mayor difusión de sus resultados y una movilización social para que las personas en la comunidad estén adecuadamente informadas.
Las organizaciones de personas que luchan contra el sida han desarrollado grandes avances al respecto pero sigue habiendo muchos hombres y mujeres que no han tomado conciencia de que la resistencia a los medicamentos no solo les afecta a ellos sino también a otras personas en la comunidad, personas como Ricardo quien tan solo buscaba amor y encontró, por el descuido de otros y el suyo propio, que su vida se acorta.
El caso de Ricardo podría considerarse ‘afortunado’, pues su situación económica le permite unas condiciones superiores de asistencia a las que hubiera podido lograr en Colombia o en otras regiones donde los antimicrobianos de segunda y tercera línea no están disponibles, razón por la que una cantidad indeterminada de personas mueren, aun cuando en cierta medida estas muertes podrían considerarse prevenibles.
* El apellido del entrevistado fue cambiado por solicitud expresa de la fuente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario