El discurso político sobre el cuerpo y la militancia por los derechos de las minorías sexuales ha cambiado considerablemente.
Debo dar las gracias al Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (FHAR) de Francia creado en 1971, y especialmente a uno de sus miembros, Guy Hocquenghem, autor de “El deseo homosexual” publicado en 1972. Guy, quien se hizo parte del partido comunista francés en 1968, fue expulsado del mismo por homosexual, luego de que se hiciera pública su sexualidad en Le Novel Observateur, con posterioridad a la escisión de un grupo de lesbianas del Movimiento homófilo de Francia.
También debo agradecer a Jean Batiste, mi primer novio, por su militancia en la derecha sexual francesa que me obligó a politizar la sexualidad distanciandome de su cercanía al Movimiento Arcadie; él provenía de dicho Movimiento francés fundado en 1954 por André Baudry y se movía en torno a la publicación de una revista con el mismo nombre, cuya línea política sexual era afín a la «homofilia» o el establecimiento de relaciones afectivas — y no genitales — entre dos hombres. Su falta de coherencia entre el discurso y la práctica lo obligaron a esconderse de su familia en Colombia y vulnerarse a sí mismo, aceptando contradictoriamente el ejercicio del cuerpo y la analidad como formas válidas de relaciones entre varones.
Por otra parte, igualmente es necesario agradecer a Roland Barthes, quien tenía más dificultades para hablar de su propia homosexualidad en público que para hacer hermenéutica. Él inventó en 1971 la categoría terrorismo textual, sin saber que sería la más apropiada para calificar el libro que escribiría un año más tarde Guy Hocquenghem; debo aclarar que yo además del terrorismo textual me muevo en el “terrorismo oral”, que no debe entenderse desde la oralidad genital sino desde la oralidad discursiva.
Frente a las estrategias biopolíticas de finales del siglo XIX y del XX que habían inventado la desviación sexual y sus patologías a través de métodos médico-jurídicos, y a los excesos tanatopolíticos hasta mediados del siglo XX, surgen en el 68, en Francia, las Políticas del ano: Desde esta perspectiva el deseo homosexual fue un arma, pero no la lámina de acero de un cuchillo, ni una bala, ni un misil, ni es tampoco una granada o mucho menos una bomba; sino una de aquellas cuya potencia de transformación (que no de destrucción) multiplica la de todas las armas.
El feminismo y los movimientos de lucha por la emancipación de las minorías sexuales activaron la primera revolución hecha con lenguaje, drogas, música y sexo, más correctamente genitalidad.
Dicha revolución enunció que no nacemos hombres o mujeres, ni siquiera nacemos niños o niñas, sino que al nacer somos un entramado de líquidos, sólidos y geles recubiertos a su vez por un extraño órgano cuya extensión y peso supera la de cualquier otro: la piel.
En contraposición, el temor a la maricada castró el ano y lo convirtió en un mero punto de expulsión de detritus, en el orificio en el que culmina el conducto digestivo y por el cual se expele el excremento. Puesto a disposición de los poderes públicos, el ano fue cosido, cerrado, sellado.
Así nació el cuerpo privado, muy acorde con el capitalismo. Así nacieron los hombres heterosexuales a finales del siglo XIX: son cuerpos castrados de ano. Aunque se presenten como dueños del poder, los jefes y vencedores son, en realidad, cuerpos igualmente heridos, maltratados, mutilados.
En el hombre heterosexual, el ano, entendido únicamente como orificio excretor, no es un órgano y mucho menos un órgano genital, un órgano fuente de placer; sucede igual con algunas mujeres, pero aun cuando el cuerpo de la mujer es un cuerpo político, son pocas entre ellas las que han reivindicado políticamente la analidad. El ano del heterosexual es la cicatriz que deja en el cuerpo la castración. El ano cerrado es el precio que el cuerpo paga al régimen heterosexual por el privilegio de su masculinidad.
Frente al cuerpo masculino heterosexual que construye relaciones machas, misóginas y falocráticas, emergen los cuerpos maricas a los que el poder no ha podido castrar; cuerpos que reniegan de aquello que otros consideran evidencia anatómica y que hacen de la mutación una estética de vida.
Recordemos que, en 1968 en Francia, la izquierda define sus límites: ni maricas, ni travestís, ni drogas, sólo alcohol, su masculinidad y sus chicas. Es también la posición de ese feminismo radical que ve en la marica y en la mujer trans la enemiga en vez de la cómplice.
Pronto l*s maricas, las mujeres, las lesbianas, las travestís y las transexuales entran en ruptura anal con el movimiento viril de izquierda. En Francia, el 26 de agosto de 1970 un pequeño grupo de mujeres, entre las que se encuentran Christine Delphy y Monique Wittig, llevan a cabo una parodia callejera, inspirada en las acciones de teatro de guerrilla, en la que rinden homenaje a la mujer del soldado desconocido: «Hay alguien todavía más desconocido que el soldado desconocido: su mujer», reza la pancarta. Se trata de una crítica de la invisibilidad histórica de las mujeres y de la dominación masculina tanto en las instituciones que estructuran la vida cotidiana, como la familia o el trabajo, como en las instituciones que archivan, monumentalizan y producen la historia. Esa acción relativamente modesta será la primera que reciba atención mediática dando lugar a la constitución del Movimiento de Liberación de Mujeres (MLF).
Inicialmente el movimiento homosexual, lésbico y trans colocó la vulnerabilidad del cuerpo y su supervivencia en el centro del discurso político e hizo de la cultura, como foro de creación e intercambio de ideas en el que se definen los límites de lo socialmente posible, el centro de la lucha. Se trataba de crear formas de acción y crítica que surgen como reacción a las estrategias biopolíticas y los excesos tanatopolíticos; un nuevo modelo de la política como relación, fiesta, comunicación, auto-experimentación.
Actualmente lo homosexual, lo lésbico tal y como se vive en las organizaciones LGTB se ha vuelto políticamente correcto; al normalizarse ha ganado terreno en los medios de comunicación masiva, en lo legal, lo cultural y en la norma social.
Los movimientos LGBT tienden a seguir un patrón de derechización del discurso negando los cuerpos trans como experiencia política, estableciendo el matrimonio como patrón relacional y asumiendo cargos con poder político y haciendo de la maricocracia su estrategia de sobrevivencia. La sociedad “progresista” como respuesta se comporta políticamente correcta; se cambia la norma, se deja de ser enfermo e incluso algunas iglesias hasta les ordenan como sacerdotes y obispas.
En contraposición, lo marica es abyecto, queer; una afirmación de lo femenino en la masculinidad y una negación de la masculinidad como algo natural. La analidad, ejercicio central de lo marica, es base de lo político, vivencial y teórico y posee un gran peso emocional. Al romper con la ideología burguesa, al asumirse marica y al ser disfrutador anal se fractura la búsqueda artificiosa de la igualdad, de la equidad, dando poder al cuerpo como espacio de poder.
Como ejercicio queer se experiencia el terrorismo anal, la analidad se pone en el centro del discurso político, movilizando una reflexión sobre el peso que en la cultura sexual ha tenido la negación del placer anal.
Más contemporáneamente el movimiento marica y trans ha hecho del discurso y práctica NO binaria su argumento frente al cuerpo y el género, emerge una nueva forma de vivir la sensualidad, la sexualidad, la genitalidad, el deseo, el erotismo y el placer.
El homosexual que únicamente penetra es un macho falocrático. Marica es quien experiencia la analidad. El activo es quien decide cómo se usa su culo, quien cierra o abre el ano a su antojo. Pasivo es el falócrata homosexual.
En mi recorrido histórico me inicié en el movimiento sexpol y me hice sexo izquierdista y pronto decidí asumirme marica como ruptura con lo homosexual, negándome al imperialismo gay norteamericano nuestro movimiento fue güei; reivindiqué la pluma como estrategia de lenguaje político en la acción.
“Ser Marica es cosa seria, es cuestión de hombres” pasó a ser mi eslogan cotidiano. El lenguaje se convierte en una estrategia de lucha y yo asumo mi comunicación como estrategia de terrorismo textual. Me convertí en anarquista anal; la analidad se convirtió en una forma de militancia política, fui anarco político anal.
El actual movimiento marica recupera la tradición original y se vale del ARTivismo queer como su arma de creación, discusión y transformación social, cultural y política; transforma el cuerpo en espacio público y le da el sentido de órgano. No privilegia ningún género, no ve necesaria la identidad. La analidad y el ARTivismo van juntos, se convierte así en crítica y práctica política, social, urbana e incluso estética y no solo en exploración placentera.
A lo marica es necesario sumar otras formas de opresión y por tanto otras formas de lucha, de ahí la necesidad de reconocerme y enunciarme “ARTivista marica, indígena-descendiente, multidisciplinar, migrante y refugiado en descolonización”.
También debo agradecer a Jean Batiste, mi primer novio, por su militancia en la derecha sexual francesa que me obligó a politizar la sexualidad distanciandome de su cercanía al Movimiento Arcadie; él provenía de dicho Movimiento francés fundado en 1954 por André Baudry y se movía en torno a la publicación de una revista con el mismo nombre, cuya línea política sexual era afín a la «homofilia» o el establecimiento de relaciones afectivas — y no genitales — entre dos hombres. Su falta de coherencia entre el discurso y la práctica lo obligaron a esconderse de su familia en Colombia y vulnerarse a sí mismo, aceptando contradictoriamente el ejercicio del cuerpo y la analidad como formas válidas de relaciones entre varones.
Por otra parte, igualmente es necesario agradecer a Roland Barthes, quien tenía más dificultades para hablar de su propia homosexualidad en público que para hacer hermenéutica. Él inventó en 1971 la categoría terrorismo textual, sin saber que sería la más apropiada para calificar el libro que escribiría un año más tarde Guy Hocquenghem; debo aclarar que yo además del terrorismo textual me muevo en el “terrorismo oral”, que no debe entenderse desde la oralidad genital sino desde la oralidad discursiva.
Frente a las estrategias biopolíticas de finales del siglo XIX y del XX que habían inventado la desviación sexual y sus patologías a través de métodos médico-jurídicos, y a los excesos tanatopolíticos hasta mediados del siglo XX, surgen en el 68, en Francia, las Políticas del ano: Desde esta perspectiva el deseo homosexual fue un arma, pero no la lámina de acero de un cuchillo, ni una bala, ni un misil, ni es tampoco una granada o mucho menos una bomba; sino una de aquellas cuya potencia de transformación (que no de destrucción) multiplica la de todas las armas.
El feminismo y los movimientos de lucha por la emancipación de las minorías sexuales activaron la primera revolución hecha con lenguaje, drogas, música y sexo, más correctamente genitalidad.
Dicha revolución enunció que no nacemos hombres o mujeres, ni siquiera nacemos niños o niñas, sino que al nacer somos un entramado de líquidos, sólidos y geles recubiertos a su vez por un extraño órgano cuya extensión y peso supera la de cualquier otro: la piel.
En contraposición, el temor a la maricada castró el ano y lo convirtió en un mero punto de expulsión de detritus, en el orificio en el que culmina el conducto digestivo y por el cual se expele el excremento. Puesto a disposición de los poderes públicos, el ano fue cosido, cerrado, sellado.
Así nació el cuerpo privado, muy acorde con el capitalismo. Así nacieron los hombres heterosexuales a finales del siglo XIX: son cuerpos castrados de ano. Aunque se presenten como dueños del poder, los jefes y vencedores son, en realidad, cuerpos igualmente heridos, maltratados, mutilados.
En el hombre heterosexual, el ano, entendido únicamente como orificio excretor, no es un órgano y mucho menos un órgano genital, un órgano fuente de placer; sucede igual con algunas mujeres, pero aun cuando el cuerpo de la mujer es un cuerpo político, son pocas entre ellas las que han reivindicado políticamente la analidad. El ano del heterosexual es la cicatriz que deja en el cuerpo la castración. El ano cerrado es el precio que el cuerpo paga al régimen heterosexual por el privilegio de su masculinidad.
Frente al cuerpo masculino heterosexual que construye relaciones machas, misóginas y falocráticas, emergen los cuerpos maricas a los que el poder no ha podido castrar; cuerpos que reniegan de aquello que otros consideran evidencia anatómica y que hacen de la mutación una estética de vida.
Recordemos que, en 1968 en Francia, la izquierda define sus límites: ni maricas, ni travestís, ni drogas, sólo alcohol, su masculinidad y sus chicas. Es también la posición de ese feminismo radical que ve en la marica y en la mujer trans la enemiga en vez de la cómplice.
Pronto l*s maricas, las mujeres, las lesbianas, las travestís y las transexuales entran en ruptura anal con el movimiento viril de izquierda. En Francia, el 26 de agosto de 1970 un pequeño grupo de mujeres, entre las que se encuentran Christine Delphy y Monique Wittig, llevan a cabo una parodia callejera, inspirada en las acciones de teatro de guerrilla, en la que rinden homenaje a la mujer del soldado desconocido: «Hay alguien todavía más desconocido que el soldado desconocido: su mujer», reza la pancarta. Se trata de una crítica de la invisibilidad histórica de las mujeres y de la dominación masculina tanto en las instituciones que estructuran la vida cotidiana, como la familia o el trabajo, como en las instituciones que archivan, monumentalizan y producen la historia. Esa acción relativamente modesta será la primera que reciba atención mediática dando lugar a la constitución del Movimiento de Liberación de Mujeres (MLF).
Inicialmente el movimiento homosexual, lésbico y trans colocó la vulnerabilidad del cuerpo y su supervivencia en el centro del discurso político e hizo de la cultura, como foro de creación e intercambio de ideas en el que se definen los límites de lo socialmente posible, el centro de la lucha. Se trataba de crear formas de acción y crítica que surgen como reacción a las estrategias biopolíticas y los excesos tanatopolíticos; un nuevo modelo de la política como relación, fiesta, comunicación, auto-experimentación.
Actualmente lo homosexual, lo lésbico tal y como se vive en las organizaciones LGTB se ha vuelto políticamente correcto; al normalizarse ha ganado terreno en los medios de comunicación masiva, en lo legal, lo cultural y en la norma social.
Los movimientos LGBT tienden a seguir un patrón de derechización del discurso negando los cuerpos trans como experiencia política, estableciendo el matrimonio como patrón relacional y asumiendo cargos con poder político y haciendo de la maricocracia su estrategia de sobrevivencia. La sociedad “progresista” como respuesta se comporta políticamente correcta; se cambia la norma, se deja de ser enfermo e incluso algunas iglesias hasta les ordenan como sacerdotes y obispas.
En contraposición, lo marica es abyecto, queer; una afirmación de lo femenino en la masculinidad y una negación de la masculinidad como algo natural. La analidad, ejercicio central de lo marica, es base de lo político, vivencial y teórico y posee un gran peso emocional. Al romper con la ideología burguesa, al asumirse marica y al ser disfrutador anal se fractura la búsqueda artificiosa de la igualdad, de la equidad, dando poder al cuerpo como espacio de poder.
Como ejercicio queer se experiencia el terrorismo anal, la analidad se pone en el centro del discurso político, movilizando una reflexión sobre el peso que en la cultura sexual ha tenido la negación del placer anal.
Más contemporáneamente el movimiento marica y trans ha hecho del discurso y práctica NO binaria su argumento frente al cuerpo y el género, emerge una nueva forma de vivir la sensualidad, la sexualidad, la genitalidad, el deseo, el erotismo y el placer.
El homosexual que únicamente penetra es un macho falocrático. Marica es quien experiencia la analidad. El activo es quien decide cómo se usa su culo, quien cierra o abre el ano a su antojo. Pasivo es el falócrata homosexual.
En mi recorrido histórico me inicié en el movimiento sexpol y me hice sexo izquierdista y pronto decidí asumirme marica como ruptura con lo homosexual, negándome al imperialismo gay norteamericano nuestro movimiento fue güei; reivindiqué la pluma como estrategia de lenguaje político en la acción.
“Ser Marica es cosa seria, es cuestión de hombres” pasó a ser mi eslogan cotidiano. El lenguaje se convierte en una estrategia de lucha y yo asumo mi comunicación como estrategia de terrorismo textual. Me convertí en anarquista anal; la analidad se convirtió en una forma de militancia política, fui anarco político anal.
El actual movimiento marica recupera la tradición original y se vale del ARTivismo queer como su arma de creación, discusión y transformación social, cultural y política; transforma el cuerpo en espacio público y le da el sentido de órgano. No privilegia ningún género, no ve necesaria la identidad. La analidad y el ARTivismo van juntos, se convierte así en crítica y práctica política, social, urbana e incluso estética y no solo en exploración placentera.
A lo marica es necesario sumar otras formas de opresión y por tanto otras formas de lucha, de ahí la necesidad de reconocerme y enunciarme “ARTivista marica, indígena-descendiente, multidisciplinar, migrante y refugiado en descolonización”.
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