Manuel Velandia Mora
Revista Sexología y Sociedad. Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), Año 13, No. 33, Abril de 2007
investigadormanuelvelandia@gmail.com
Las formas habituales de entender la identidad de una persona respecto a su género, cuerpo, sexo, orientación sexual y expresiones comportamentales sexuales, desde un esquema fijo, lineal y mecánicamente predeterminado, no dan respuesta a un orden que parece opuesto y transgresor de lo prescrito en materia sexual.
Una es más auténtica en cuanto más se parezca a lo que siempre ha soñado de sí misma.
Agrado en “Todo sobre mi madre”,
Filme de Almodóvar.
Las vivencias de las minorías sexuales (MS) —en este caso de hombres que tienen sexo con otros hombres (cigarrones), travestis y transformistas (trabajadores sexuales o no) y homosexuales— evidencian en estudios realizados por Velandia desde 2002 que las formas habituales de entender la identidad de una persona con respecto a su género, cuerpo, sexo, orientación sexual y expresiones comportamentales sexuales, desde un esquema fijo y lineal, mecánicamente predeterminado, no dan respuesta a un orden que parece opuesto y trasgresor de lo prescrito en materia sexual.
Agrado en “Todo sobre mi madre”,
Filme de Almodóvar.
Las vivencias de las minorías sexuales (MS) —en este caso de hombres que tienen sexo con otros hombres (cigarrones), travestis y transformistas (trabajadores sexuales o no) y homosexuales— evidencian en estudios realizados por Velandia desde 2002 que las formas habituales de entender la identidad de una persona con respecto a su género, cuerpo, sexo, orientación sexual y expresiones comportamentales sexuales, desde un esquema fijo y lineal, mecánicamente predeterminado, no dan respuesta a un orden que parece opuesto y trasgresor de lo prescrito en materia sexual.
Las explicaciones tradicionales lineales positivistas de sexólogos, especialistas de educación sexual, sociólogos, psicólogos, trabajadores sociales y antropólogos, que pretenden ser interpretativas de estas sexualidades e identidades, necesitan, para ser realmente explicativas, trascender dichas propuestas teóricas.
De ahí que se haga necesario el desarrollo de elementos conceptuales que permitan entender identidades experimentadas en formas más complejas, que a su vez posibiliten acoger variaciones tanto en las construcciones y manifestaciones sexuales como en las explicaciones teóricas de las mismas.
Velandia recurre a nuevos paradigmas ontológicos y epistemológicos (teorías de sistemas, del lenguaje como generador de mundos y de las emociones como motores de la acción humana), haciendo desde éstos una lectura diferente a la construcción de la identidad, que pretende no ser lineal positivista sino sistémica.
Como afirma Lamas (1996): "En todas las sociedades la avasalladora fuerza de la sexualidad, de la pulsión sexual, es celebrada, temida, reglamentada y simbolizada. Cada sociedad establece una distinción entrelo que considera «normal», aceptado como sexualidad sana, y lo que considera «anormal», conceptualizado como sexualidad enferma o problemática […]. De forma sutil e insidiosa, la cultura inviste al acto sexual de cierto significado: valora o denigra algunas conductas. Cuando una sociedad condena determinados tipos decomportamiento, los obliga a llevar una vida subterránea o una existencia clandestina".
El «deber ser» de la sexualidad no incluye a las personas consideradas marginales por razón de su sexualidad, en especial a quienes vivencian y construyen relatos sobre su cuerpo, la percepción de sí mismas y sus relaciones con una singularidad específica. Las experiencias de ciertas personas al vivenciar, emocionar y explicar su sexualidad, trascienden las construcciones teóricas de los sexólogos y especialistas de la educación sexual, sociólogos, psicólogos, trabajadores sociales y antropólogos, que pretenden ser interpretativas de sus sexualidades e identidades.
MODELOS EN LA CONSTRUCCIÓN DE LA IDENTIDAD
La identidad ha sido estudiada y explicada desde diversos modelos. A continuación se hace referencia a algunos de éstos y se demuestra cómo las identidades sexuales, que suelen considerarse fijas, pueden y deben entenderse como móviles.
Según el concepto trabajado por Wade (2002: 255), la identidad se entiende como «la idea y la sensación de seguir siendo lo mismo a través del tiempo». Para dicho autor, «en el mundo postmoderno los seres construyen identidades efímeras con los retazos culturales que encuentran en sus andares». En el Diccionario de uso del español de Moliner (2002), identidad es «la cualidad de idéntico, la relación entre cosas idénticas y la circunstancia de ser efectivamente la persona que se dice ser». En el Diccionario ideológico Vox (1998), la identidad se comprende como el «hecho de ser una persona o cosa, la misma que se supone o se busca».
Las ideas expresadas en Moliner («relación») y en el diccionario Vox («que se busca») conducen a la aceptación de la movilidad como una característica de la identidad. Para Moliner, dicha movilidad se expresa en el énfasis que da a «la circunstancia de ser [lo] que se dice ser». El concepto de «circunstancia» hace referencia a un «accidente de tiempo, lugar, modo, etc., que está unido a la sustancia de algún hecho o dicho»; el concepto de «accidente» hace referencia a ese «algo que no es permanente sino algo que sucede ocasionalmente». Tanto lo expresado por Moliner, «[lo] que se dice ser», como la definición en Vox, «[lo que] se busca», puede relacionarse directamente con lo «efímero» de la identidad que aparece en el concepto expuesto por Wade.
Conforme a Wade (Ibíd.), la identidad «esconde en su interior una complejidad múltiple»; dicha complejidad puede comprenderse si logramos entender que la construcción de la identidad remite a un triple ámbito relacional: al contexto, a lo situacional y a la relación consigo mismo/a.
Modelo contextual
La identidad se explica, desde la concepción clásica, como algo inmutable, eterno y atemporal, por lo que se asume que identidad y ser son lo mismo.Según F. Barth (1969, citado por Agier, 2000), los procesos identitarios no existen fuera de contexto, pues se realizan a partir de retos precisos que están en juego y pueden ser verificados a nivel local. Los retos son parte de la identidad y son fundamento de redes. La identidad es lo que se pone en relación. Para M. Augé (1994, citado por Agier, 2000), «la aproximación contextual implica una concepción relacional de la identidad, ya que el punto de partida de la búsqueda identitaria consiste en que siempre se es el otro de alguien, y en la medida en que dicha identidad emana de la relación con los otros, problematiza y termina por transformar la cultura [...]. La cuestión identitaria se convierte en un problema de ajuste, a la vez social, en su definición e individual en su experiencia […]. La identidad remite a un afuera, a un antes y a los otros».
Identidad desde el modelo sistémico.
El organismo es un ser organizado y autoorganizador. Un concepto que tiene su origen en el pensamiento kantiano, es el de auto-organización con el fin de definir características de la naturaleza de los organismos vivos. Para Riera (2001), «[l]a ciencia clásica privilegiaba el orden, el determinismo, la regularidad, la legalidad, la estabilidad y previsibilidad de la naturaleza». Su aspiración era descubrir lo inmutable, lo permanente, más allá de las apariencias del cambio. Las leyes universales de la dinámica clásica fueron conservadoras, reversibles y deterministas. La definición de un estado del sistema y el conocimiento de la ley que rige la evolución, permitían deducir, con la certeza y la precisión de un razonamiento lógico, la totalidad tanto de su pasado como de su futuro.
Esto explica por qué, desde las epistemologías convencionales o positivistas, se ve el mundo de manera lineal y se asume la identidad aferrada a una voluntad predeterminada y fija. Hoy se sabe que las trayectorias que parecen tan reales son idealizaciones: el mundo reversible no es un caso extraño y particular de la realidad. En un mundo determinista, la irreversibilidad y lo móvil no tendrían sentido, ya que el mundo del mañana estaría contenido en el mundo de hoy. Con la termodinámica surge un desafío a la física clásica; en su segunda ley, se hace la clara diferencia entre procesos reversibles e irreversibles.
Al definir la entropía, se da un paso importante para comprender la irreversibilidad. La entropía se explica como la tendencia natural de un sistema a entrar en un proceso de desorden interno. Este término, tomado por Shannon (1916) de la termodinámica, es empleado a veces como sinónimo de incertidumbre. La entropía expresa el carácter aleatorio y por tanto imprevisible de los movimientos de las moléculas de gas; como la incertidumbre, se relaciona con el carácter aleatorio y, en consecuencia, imprevisible, de las señales del mensaje(Thiers y Lemperur, 1975).
Con la entropía, se introducen el tiempo y la historia en un universo que la física clásica había descrito como eterno; se hace posible la temporalidad. Durante siglos, muchos científicos asumieron, a partir de las leyes fundamentales de la física, que el proceso de evolución biológica era una rara excepción. Hoy, en cambio, se sabe que los sistemas abiertos, como lo es el humano, intercambian materia y energía con los seres que están en sus alrededores, es decir, con el mundo exterior (Prigogine, 1996), en este caso con los demás seres en el entorno sociocultural.
Con este análisis no se pretende proponer un modelo que explique la identidad basado en la física, sino advertir cómo, con conceptos del modelo sistémico, se puede explicar la construcción de la identidad.
Todo sistema abierto recibe, transforma y da energía; en consecuencia, toda persona está en permanente movimiento y en constante cambio.Se concluye así que toda persona no es un ser terminado, sino en permanente desarrollo, un ser dinámico que «está siendo» en cada momento, en el encuentro con el otro o la otra, en una cultura y una sociedad.
Cada ser humano se reconoce en lo cotidiano, en el tiempo y el espacio, a partir de las vinculaciones que establece en razón de ser ecosistémico, debido a que existe un intrincado nexo entre los seres humanos y sus ambientes biofísicos, sociales y económicos que se refleja en el estado de salud física y emocional de la población. Velandia se refiere, entonces, a las mutuas y complejas relaciones entre la sociedad y la naturaleza, a través de las cuales la primera modifica el medio para su propio desarrollo, como también el medio determina aspectos emocionales y físicos del ser humano.
En ese constante «estar siendo» hay algo en el ser que es fundamental: lo que ha vivido: se es histórico. Cada situación que se experimenta, tiene como fuente lo vivido y lo trascendido. Aun cuando en esencia se «está siendo» uno mismo, se generan una serie de cambios que transforman la identidad. Todo cambio es viable a partir de los aprendizajes, experiencias y emociones vivenciados previamente por tal razón.
Las reflexiones de las personas se relacionan con sus experiencias de estar siendo, que vinculan necesariamente su vivencia del cuerpo, el vestido, el lenguaje o las relaciones con los demás; es decir, la identidad es dinámica. No es algo cuya construcción ha terminado; al contrario, se edifica en relación consigo mismo, con los demás y con la cultura.
Recalcando el concepto de movilidad y la idea de que el ser se construye en la cultura a partir de la dinámica propia de los sistemas, Velandia considera que «la identidad puede definirse entonces como: las ideas y las sensaciones móviles que tiene el ser humano, en una sociedad y tiempo concretos, de ser lo que busca ser con relación a la cultura, a otros seres en su entorno y consigo mismo/a y de seguir siéndolo en el transcurso del tiempo».
Esta definición explicaría, por un lado, que la identidad es la emergencia de una construcción, no siempre consciente, que afecta los procesos de socialización del sujeto; y por el otro, que a través de la educación (formal, no formal e informal) se proveen a las personas los referentes de un «deber ser» de la identidad, basados en la cultura, cuya asunción, en algunos casos, hace posible la perpetuación de la cultura y, en otros, la transformación de ésta.
Una de las propiedades de los sistemas vivos es su contextualidad. Para la comprensión de estos sistemas se debe pasar de entender sus elementos de manera simplificada, aislados y desligados unos de otros, a percibirlos como productos, productores y transformadores de los contextos en los que están inmersos y, por tal razón, de la cultura. Los sistemas no pueden ser comprendidos por un método que aísle, desligue, simplifique y busque causas únicas, ya que existen en una compleja trama de interrelaciones que los determinan. En el caso de los sistemas vivos, éstos existen gracias a esas relaciones con el medio, a lo que se ha denominado «acoplamiento estructural con el medio». Entonces, la identidad deber ser entendida contextualmente, y quien desee comprenderla, debe reconocer que su explicación y vivencia están influenciadas por su propio contexto, como también por aquello que está en capacidad de observar o distinguir.
Wade (2002) considera que las identidades se establecen por medio de repetidos actos de representación,de identificación, y que las diferencias que construyen la identidad tienen que ser marcadas, observadas e indicadas por los sujetos en su vida cotidiana. En consecuencia, la identidad se vuelve a establecer o a reforzar con cada identificación.
La cultura y la sociedad fabrican las ideas de aquello que la persona «deber ser» con el fin de reproducir el orden social, y desde ese patrón de oposición binaria, toman forma en las personas las prácticas, ideas, discursos y representaciones sociales por las que son reconocidas o estigmatizadas. En la aproximación contextual, el sujeto debe pensarse a sí mismo a partir de la mirada externa (Agier, 2000). El sujeto construye para sí, a partir de lo que le han dicho o ha entendido que «debe ser», una identidad, una manera de comprenderse, un «querer ser» que siempre tendrá como referente el «deber ser», para aceptarlo o negarlo parcial o totalmente.
En trabajos anteriores (Velandia, 1999) había propuesto que «el proceso de construcción del “querer ser” implica una ruptura entendida como una toma de posición frente al “deber ser”».
En consecuencia, cada persona se construye basándose en el «deber ser», pero, en especial, teniendo como referente sus propias vivencias y sentimientos, es decir, a partir de la conciencia de su «querer ser», de lo que considera que quiere, desea y necesita para sí. El «querer ser» prima sobre el «deber ser» en la medida en que reafirma las diversas identidades sexuales.
En su proceso individual de «querer ser», los seres humanos pueden reelaborar el deseo y redireccionarlo. Incluso una vez vivenciado un deseo, pueden pensar en el reconocimiento de otro y dar continuidad a su proceso de construcción de identidad. Por ejemplo, algunas personas en la comunidad consideran que ciertas prácticas no son adecuadas o pueden ser antinaturales o anormales; para ello aceptan o niegan dicha valoración, de acuerdo con lo que han decidido que quieren para sí. La persona tiene de sí y para sí una identidad particular que se fundamenta en su querer ser. Las personas son reconocidas en una identidad que es construida e identificada desde afuera a partir del «deber ser»; es decir, una persona tiene tantas identidades sociales como personas pretenden identificarla.
En su proceso individual de «querer ser», los seres humanos pueden reelaborar el deseo y redireccionarlo. Incluso una vez vivenciado un deseo, pueden pensar en el reconocimiento de otro y dar continuidad a su proceso de construcción de identidad. Por ejemplo, algunas personas en la comunidad consideran que ciertas prácticas no son adecuadas o pueden ser antinaturales o anormales; para ello aceptan o niegan dicha valoración, de acuerdo con lo que han decidido que quieren para sí. La persona tiene de sí y para sí una identidad particular que se fundamenta en su querer ser. Las personas son reconocidas en una identidad que es construida e identificada desde afuera a partir del «deber ser»; es decir, una persona tiene tantas identidades sociales como personas pretenden identificarla.
Las personas, especialmente quienes forman ¡parte de las MS, no viven el «deber ser» en sus procesos de socialización, como tampoco su «querer ser», dado que las representaciones sociales y culturales, además del cruce de miradas (familiares, escolares, eclesiales), afectan su propia construcción y sus procesos de socialización. Como respuesta al acoplamiento estructural con el medio, en sus interrelaciones la persona se traiciona a sí misma, traiciona su «querer ser» por efecto de la presión social y de acuerdo con sus propias necesidades de hacerse visible o invisible. De la misma manera asumen una identidad que se moviliza de acuerdo con el tipo de relaciones sociales relativas a una cultura y sociedad específicas. La identidad es móvil porque «está siendo» ecosistémica y culturalmente; puede entenderse como la mezcla entre aquello que se espera que sean las personas y lo que ellas mismas desean ser, composición y experiencia que se denomina identidad de socialización.
El «estar siendo» es el producto de las relaciones simbólicas entre el «deber ser» y el «querer ser» —o más concretamente entre la cultura y la sociedad— y aquello que la persona identifica de sí y para sí misma. Las diversas identidades son el efecto de la representación particular del mundo y de sí mismo, es decir, lo individual.
Modelo constructivista
Este enfoque hace énfasis en lo situacional de la identidad. Como se afirmó anteriormente, las identidades no son sólo particulares, sino también sociales. Barth, citado por Agier, considera que la realidad se construye por medio de las representaciones de los actores, construcción subjetiva que forma parte de la realidad que el observador debe tener en cuenta (Agier, 2000).
El tránsito identitario, según Velandia, se reafirma en la socialización, a partir de la emoción que produce el «reconocimiento» que dichos hechos generan en las demás personas. Aun cuando es evidente que este «reconocimiento» produce exclusión, y en algunos casos separación social, escolar y familiar, es a su vez un espacio contextual de reafirmación identitaria que se transforma en aquello que se quiere ser.
La movilidad de la identidad también la brinda su condición situacional. Para Mitchell (citado por Agier, 2000), «el granero cultural se construye y utiliza según las selecciones situacionales, lo que puede hacer que sus componentes se vuelvan diversos y contradictorios». La identidad remite a una situación espacial (aquí) y temporal (ahora) y a lo que sucede en la persona y en su relación con las demás. La representación puede contemplarse desde dos ámbitos diferentes: el social y el individual. La vivencia personal de la temporalidad yespecialidad determina una forma particular de asumir el mundo a la cual llamaríamos identidad (que hace énfasis en la función histórica del constructo). Los sistemas sociales no se producen en el vacío, aislados completamente de otros fenómenos; por el contrario, tienen un entorno, es decir, están imbricados en fenómenos sociales y culturales.
Existen tres sistemas de representaciones de la construcción identitarias: el primero tiene que ver con las representaciones sociales, desde las que se espera que cada ser vivencie la visión «oficial» del mundo —en este caso, de la sexualidad— que se asume en el «deber ser»; en el segundo, las representaciones particulares de quien se identifica a sí mismo —significado que tiene para cada persona el mundo y la sexualidad que quisiera experimentar) en su «querer ser»—; y tercero, las representaciones que los seres se ven obligados a asumir en sus procesos de socialización, y que se evidencian en el proceso de intercambio social, en el «estar siendo».
El entorno y las situaciones en que las personas se interrelacionan con las demás que frecuentan dicho entorno, influyen en el tipo de construcciones identitarias que todas y cada una producen. Sin embargo, debe evidenciarse que el ser humano, a diferencia de los otros seres vivos, además de actuar en congruencia con el medio y la sociedad (contexto) a partir de sus representaciones (lo situacional), debe actuar en congruencia consigo mismo.
Todo conocimiento es una representación de la realidad, de ahí que la epistemología constructivista plantee que el conocimiento se hace posible al percibir, distinguir y significar la realidad. En el ser humano la cognición opera en tres dimensiones: la persona conoce algo en la medida que lo distingue como algo, lo percibe como algo y lo significa para algo. Ese algo que se conoce, se constituye en la base de la emergencia de otras nuevas percepciones, distinciones y significaciones. Cada persona, por su historia particular, ha venido configurando un sistema cognitivo que la lleva a percibir, distinguir y significar de manera distinta y única, de ahí su necesidad de actuar en congruencia consigo misma y a partir de esa realidad que ha construido para sí.
Aunque aparentemente quienes establecen con otras personas una conversación se encuentran en un contexto relacional determinado (geográfico, cultural, social, particular), lo que ocurre en cada uno/una de los interlocutores tiene un trasfondo particular e invisible de intenciones, inquietudes, intereses, emociones, significados y sentidos. De tal manera, la danza que es la conversación es una danza de icebergs, es decir, tan sólo se evidencia el aspecto más superficial de cada interlocutor, dejando oculto dicho trasfondo y acomodándose, como en una danza, al ritmo y las necesidades de la pareja. En tal sentido, lo que ocurre en la estructura interna de cada bailarín(a), queda oculto para su pareja de baile. Cada persona percibe de la otra, del medio en que se encuentra y de sí misma lo que sus perceptores le permiten.
IDENTIDAD, REALIDAD Y CONOCIMIENTO
La realidad y el conocimiento se conciben como un sistema de relaciones. Las distintas realidadesse construyen en la medida en que los sistemas observadores distinguen características y elementos en el medio externo, es decir, en tanto diferencian una cosa de otra y crean contrastes y oposiciones en la realidad. En esta perspectiva, la realidad que se percibe y significa, es una construcción que se hace a partir de los esquemas propios de distinción que maneja el ser humano como observador y no una entidad objetiva y absolutaque se puede aprehender mediante los sentidos (empirismo) o la razón (racionalismo).
En lo humano, vivir es conocer. Como seres vivos tenemos una relación de congruencia con el medio, y su fin es mantener la vida. Para poder vivir se requiere tomar energía del entorno, es decir, conocerlo. Conocer, en este caso, hace referencia a la capacidad de la persona para percibir su entorno y actuar de acuerdo con su percepción. Así, el conocimiento se hace válido cuando sirve para resolver la relación medio–sobrevivencia.
La persona que forma parte de una MS, no siempre percibe cuándo los estímulos, que son producidos por el medio, potencian en ella algún cambio estructural, y mucho menos se da cuenta de que dichos cambios se están produciendo.
El ser humano percibe tan sólo aquello para lo que está en posibilidad de hacer distinciones. Lo hace con sus sentidos, al igual que los otros seres vivos, pero distingue usando sus sistemas de percepción teóricos, experienciales y emocionales. Actuar en congruencia con el medio, consigo mismo y con la sociedad, no se hace únicamente por medio de procesos racionales, sino también desde lógicas construidas de acuerdo con las historias emocionales.
ONTOLOGÍA CONSTITUTIVA
Maturana (1997: 50) sostiene:
[...] si queremos entender el fenómeno del conocimiento, si queremos entender el sistema nervioso, si queremos entender lo que pasa en la convivencia, tenemos que hacernos cargo de este curioso fenómeno: los seres humanos y los seres vivos en general no podemos distinguir en la experiencia entre lo que llamamos ilusión y percepción como afirmaciones cognitivas sobre la realidad.
[...] si queremos entender el fenómeno del conocimiento, si queremos entender el sistema nervioso, si queremos entender lo que pasa en la convivencia, tenemos que hacernos cargo de este curioso fenómeno: los seres humanos y los seres vivos en general no podemos distinguir en la experiencia entre lo que llamamos ilusión y percepción como afirmaciones cognitivas sobre la realidad.
Esta aseveración lleva a pensar que la identidad no es un hecho real, sino una ilusión porque, al usar el lenguaje (un generador de mundos) para entenderla, lo que cada quien entiende como identidad propia o la del otro es tan sólo su propio relato cognitivo o, más exactamente, lo que alcanza a distinguir de lo que el otro o la otra le relata de sí.
La identidad es ilusión, pues, si comprendemos que la realidad se construye desde una ontología y sabemos que ésta no necesariamente tiene que ser objetiva, sino que es constitutiva, entonces comprenderemos que el criterio de validez de la realidad del otro o la otra se da a partir de la efectividad que pueda tener para ella observador(a) y de las condiciones en que dicho(a) observador(a) ve o escucha. A continuación, se profundizará en los aportes de esta nueva propuesta ontológica que se sustenta, según el sociólogo Rafael Echeverría (1996), en afinidades con distintos autores, como los filósofos Nietzsche y Michael Graves y el biólogo Maturana.
Desde la ontología constitutiva, que entiende el lenguaje como generador de mundos, se concibe:
• a los seres humanos como seres lingüísticos;
• el lenguaje como generativo;
• que los seres humanos se crean a sí mismos en el lenguaje y a través de éste.
Explicar es proponer una reformulación de la experiencia en una forma que resulte aceptable para quien observa. Ninguna proposición explicativa es una explicación en sí, dado que ésta se constituye en dos dominios:
• La aceptación que hace el/la observador(a). Es decir, una explicación es válida porque satisface el criterio de validación que constituye su experiencia como el dominio explicativo de la misma. La explicación que el otro/otra hace de una persona, tiene sentido para dicha persona cuando en dicha explicación ve reflejada su experiencia particular.
• La aceptación que la persona observada hace de la explicación. Cuando las explicaciones del observado y el observador coinciden, se presenta un acuerdo y se actúa en función de esa nueva realidad.
Una persona se relaciona con muchas más, y cada una de ellas tiene sus propios dominios explicativos. Pudiera afirmarse entonces que hay sobre una persona o un hecho tantos dominios explicativos como personas pretenden explicarlo; por tanto, quienes interactúan son generadores de múltiples realidades que se pueden considerar legítimas y necesariamente diferentes por ser particulares.
Las identidades sociales de alguien se posibilitan en la construcción de acuerdos o, más concretamente, en la posibilidad de aceptar diferentes realidades y validar distintas explicaciones con respecto a dicha persona.
El enfoque sistémico entiende al ser humano y la sociedad como sistemas, y las identidades como emergencias sistémicas. Dadas las propiedades de los sistemas vivos (Velandia, 2003), se puede concluir que los enfoques contextual y situacional son complementarios, interrelacionados, interafectados e interdependientes; y que, además, en la construcción de la identidad el encuentro consigo mismo juega un papel fundamental, pues desde éste se construyen las representaciones y se valida el contexto.
Las identidades sexuales pueden ser de género, de cuerpo, de sexo, de orientación sexual y de expresiones comportamentales sexuales.1 En el caso de las travestis, se suma la identidad de vestido y, en las que son trabajadoras sexuales, su identidad como tales. Como afirma Peter Wade (2002: 255), «las identidades pueden entrar en conflicto, cobran su significado a partir de diversas redes y de su interacción, y los valores que se le atribuyen a una identidad determinada, inciden en la manera como se reclama o se configura dicha identidad».
Las MS suelen verse obligadas a definirse en su identidad a partir de sus dominios explicativos, además de la presión externa ejercida por personas tales como representantes de la autoridad, las organizaciones que con ellas/ellos trabajan y demás miembros de la comunidad. En estas redes de intercambio, determinados valores movilizan la construcción de la identidad.
El reconocimiento social de las MS se manifiesta como agresión, exclusión y separación social o familiar, y en formas de reconocimiento que incrementan, a su vez, su propio autorreconocimiento. Este reconocerse se hace a través de los relatos que cada observador construye sobre éstas.
Como afirma Wade (2002), la psique de la persona se forma por medio de las identificaciones asumidas desde la infancia, pero también se establece corporalmente, y el cuerpo se construye en el proceso de formación social. Tal y como se aprecia en el cuerpo de muchas personas en las MS, los cambios corporales son un signo de la construcción de su identidad y a su vez se convierten en un espacio desde el cual se consolida la estigmatización, la vulneración y la exclusión.
Para Velandia (2004), no se tiene una identidad como algo construido y terminado, pues se está siendoy haciendo una identidad de manera dinámica en relación consigo mismo(a), con los/las demás y conla cultura, a partir de cómo la persona se experimenta a sí misma; y en relación con las demás, explicadicha situación y se emociona con ésta.
Para este autor, la movilidad de la identidad, sistémicamente hablando, hace referencia a la posibilidad que existe de que la identidad cambie en el tiempo, a partir de las relaciones sociales y por interinfluencia con el medio, la cultura y la sociedad.
Velandia considera que la identidad puede entenderse como la emergencia de una construcción, no siempre consciente, que afecta los procesos de socialización del sujeto. Para este autor, la identidad emerge de la vida cotidiana, más específicamente de la educación (formal y no formal), que provee a las personas de los referentes del «deber ser» de la identidad. Dichos referentes están basados en la cultura, son propios de una sociedad y tiempo determinados, y están afectados por los procesos de interrelación e interdependencia del individuo.
La situación y el entorno en el que las personas se interrelacionan, tienen una serie de características que influyen en el tipo de construcciones identitarias que producen entre todas y cada una. La sociedad y la cultura como sistemas tienen resistencia al cambio. Sus redes elásticas, por un lado, posibilitan que los seres que conforman el sistema hagan cambios en su estructura, en su «querer ser»; por el otro, presionan para que las personas tiendan a regresar a la estructura original (deber ser). En la práctica, en los procesos de socialización las personas se ven obligadas a alejarse de su «querer ser» para acomodarse estructuralmente al sistema, asumiendo un comportamiento, un «estar siendo» que puede explicarse como una acomodación al macrosistema.
El ser humano es integral. De ahí deriva la importancia en reconocer las variaciones que emergen de sus propiedades como sistema. La persona no tiene una identidad sino múltiples identidades particulares, sociales y de socialización en relación con su sexo, su cuerpo, su género, su orientación sexual y sus expresiones comportamentales sexuales.
Notas:
1 En las prácticas eróticas contempladas como posibilidades de obtener placer existe una amplia gama de probabilidades. Con el fin de hacer referencia a éstas, el autor toma prestado del sexólogo mexicano Eusebio Rubio el concepto de expresión comportamental sexual (ECS), ya que éste no posee la carga estigmatizante de conceptos previamente utilizados en la terminología sexológica, tales como aberraciones o parafilias.
1 En las prácticas eróticas contempladas como posibilidades de obtener placer existe una amplia gama de probabilidades. Con el fin de hacer referencia a éstas, el autor toma prestado del sexólogo mexicano Eusebio Rubio el concepto de expresión comportamental sexual (ECS), ya que éste no posee la carga estigmatizante de conceptos previamente utilizados en la terminología sexológica, tales como aberraciones o parafilias.
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